miércoles, 5 de diciembre de 2012

Deathtrap: El peligroso mundo del teatro.

“Deathtrap” (1982), es un thriller del director Sidney Lumet, el cual está protagonizado por Michael Caine, Christopher Reeve, y Dyan Cannon.

Sidney Bruhl (Michael Caine), quien alguna vez gozó de un gran éxito como autor de obras teatrales de intriga, hace un tiempo se encuentra lidiando con una serie de fracasos profesionales. En su momento de mayor angustia por la falta de ideas y las malas críticas, Bruhl se topa con el manuscrito de un escritor aficionado llamado Clifford Anderson (Christopher Reeve), a quien invita a su casa con la intención de robarle su obra y asesinarlo, sin imaginar que Anderson le tiene algunas sorpresas reservadas.
El 26 de febrero de 1978, el escritor norteamericano Ira Levin, conocido mundialmente por su novela “Rosemary´s Baby”, estrenó en el Music Box Theatre de Broadway la comedia de suspenso “Deathtrap”, sin imaginar el éxito que esta tendría. Para sorpresa de Levin, quien pese a ostentar una brillante carrera como novelista jamás había logrado destacarse como dramaturgo, la obra estaría en cartelera durante casi cuatro años, tiempo en el cual no solo quebró una serie de récords de taquilla, sino que además logró despertar el interés de un puñado de figuras de la industria hollywoodense, entre las que se encontraba la productora y guionista Jay Presson Allen, quien finalmente junto al director Sidney Lumet se encargaría de llevar al cine la curiosa e ingeniosa historia de Levin. El primero en integrarse al proyecto sería el consagrado actor Michael Caine, quien varios años antes había visto truncada la posibilidad de colaborar con Lumet en la cinta “The Hill” (1965), luego de que le ofrecieran protagonizar la comedía “Alfie” (1966), film que eventualmente sería el responsable de convertirlo en una estrella. Posteriormente se sumarían al elenco Dyan Cannon y Christopher Reeve, siendo este último el más interesado en trabajar en la producción, debido a que creía que esta le permitiría demostrar sus dotes actorales, y lo alejaría del tan temido encasillamiento que suponía haber interpretado en dos ocasiones a Superman.

En este film el gran protagonista es Sidney Bruhl, un veterano dramaturgo cuya carrera está a punto de irse por el desagüe. Lamentablemente para él, sus últimas comedias de misterio han resultado ser un completo fracaso, por lo que su desesperación por escribir una nueva obra exitosa se acrecienta con cada día que pasa. La situación de su esposa Myra (Dyan Cannon) no es mucho mejor; al mismo tiempo que debe controlar la enfermedad cardíaca que le aqueja, debe lidiar con la frustración que le provocan sus intentos fallidos por subirle el ánimo a su marido. Sin embargo, el destino le tiene preparada una sorpresa al angustiado autor. Cuando a sus manos llega el borrador una obra titulada “Deathtrap”, el cual le fue enviado por un estudiante llamado Clifford Anderson con la intención de escuchar su opinión experta, Bruhl ve una salida para sus problemas. Deslumbrado por la brillantez del manuscrito y decidido a salvar su carrera a cualquier costo, Sidney invita al joven a una velada en su casa con la intención de asesinarlo, robarle la obra, y deshacerse de cualquier evidencia que pueda indicar la verdadera naturaleza del escrito, sin imaginar que su en apariencia plan perfecto puede no ser tan perfecto después de todo.

Describir la trama de “Deathtrap” sin dar a conocer datos que pueden revelar las múltiples sorpresas que tiene reservada la historia, sin lugar a dudas resulta algo complicado. Básicamente, la cinta es un thriller compuesto por dos actos, un escenario, cinco personajes, algunos toques de comedia negra brillantemente insertados, buenos diálogos y un relato con un gran potencial comercial. Mientras que en el primer acto el espectador es testigo de un asesinato que será crucial para el posterior desarrollo de la trama, en el segundo acto entra en funcionamiento una maraña de hechos inesperados que rápidamente atrapan al espectador hasta la conclusión de la película, la cual ocurre casi en su totalidad al interior de la casa de los protagonistas. En cuanto a los personajes, además de los tres ya mencionados en el párrafo anterior, en el relato participa Helga Ten Dorp (Irene Worth), una psíquica que está visitando los Estados Unidos por el reciente éxito de su libro, y que hace muy poco tiempo se ha mudado a la casa contigua al hogar de los Bruhl. Dicha cercanía provocará que la excéntrica mujer visite con frecuencia a la pareja, con la intención de advertirles sobre los peligros que se ciernen sobre ellos, aunque la forma en como lo hace resulta ser siempre algo críptica. El último personaje en juego es Porter Milgrim (Henry Jones), quien es el abogado y amigo de Sidney, y cuyo rol solo cobrará cierta importancia durante el segundo acto de la historia.

En gran medida, el guión de “Deathtrap” encierra una historia dentro de una historia. En algunas ocasiones es difícil distinguir si el personaje de Caine está describiendo el manuscrito de Anderson, o se está refiriendo a los acontecimientos en los que se ve inmerso. Y es que en ese sentido, durante el transcurso de la película son varios los diálogos que hacen referencia ya sea a las bases narrativas del thriller, o a los profesionales que están ligados de una u otra forma al mundo del teatro, como por ejemplo los productores, los agentes, los críticos e incluso los abogados. La cinta sirve tanto de parodia como de homenaje a las historias de misterio, lo que le permite al director jugar con las expectativas del espectador quien en su búsqueda de clichés, termina absolutamente desconcertado con los constantes giros de la trama. Probablemente uno de los giros más discutidos del film sea la sorpresiva relación homosexual que mantienen Bruhl y Anderson. La escena en que ambos se besan y le revelan al público la verdadera naturaleza de su relación (la cual dicho sea de paso, no aparecía en la obra de Levin), no solo provocó que la producción recibiera una serie de críticas negativas, sino que además le significó un problema mayor a la pareja de actores. A raíz de que ninguno de los dos tenía mayores deseos de llevar a cabo dicha escena, no les quedó más remedio que emborracharse a tal punto que pudieran hacer todo lo que el director les pidiera. Afortunadamente para ambos, su peculiar estrategia funcionó de maravilla.

Independiente de la latente homosexualidad de los protagonistas, el errático accionar de estos se ve inducido mayormente por la ambición que los consume, aunque en el caso de Sidney Bruhl existe una motivación aún más oscura. Según el mismo Caine: “Bruhl es un exitoso escritor de misterio que tiene gustos caros y una esposa enferma, cuya musa macabra lo ha abandonado. Él siempre ha asumido que cometer crímenes en un papel sirve para sublimar las hostilidades personales. Pero ahora, después de una vida llena de asesinatos ficticios, Bruhl se encuentra fantaseando con cometer uno real. Con esto en mente, no puedo evitar preguntarme que es lo que motiva su extraño comportamiento. ¿Algún trauma de la niñez? ¿Una compulsión enterrada en lo más profundo? No, eso sería muy sencillo. La respuesta es que él está loco, completamente loco”. Esa locura de la que habla Caine logra traspasar la pantalla, y se traduce en la impredictibilidad de su personaje, cuya mente está trabajando de manera constante con el fin de buscar la mejor solución a los problemas que se le van presentando durante el transcurso del film. Demás está decir que el actor realiza un estupendo trabajo, al igual que Christopher Reeve, quien logra que su personaje sea lo suficientemente macabro y cínico como para contrarrestar la presencia abrumadora de Bruhl. Por otro lado, mientras que la actuación de Irene Worth resulta ser cómica sin caer en lo caricaturesco, la interpretación de Dyan Cannon está marcada por la sobreactuación y la verdad es que deja bastante que desear.

En cuanto al aspecto técnico de la cinta, esta cuenta con la atmosférica banda sonora del compositor Johnny Mandel, la cual se complementa de buena manera con el correctísimo trabajo de fotografía de Andrzej Bartkowiak, el cual impide que la película se convierta en la mera filmación de una obra teatral. Lamentablemente, a través de los años, “Deathtrap” ha sido injustamente comparada con el exitoso film de Joseph L. Mankiewicz, “Sleuth” (1972), no solo por sus similitudes temáticas, sino porque además ambas producciones fueron protagonizadas por Michael Caine. Aunque las similitudes saltan a la vista, la verdad es que la cinta de Lumet brilla con luces propias como una excelente adaptación de una de las obras teatrales más exitosas que se han exhibido en Broadway. Aunque por momentos el ritmo narrativo tiende a caer en ciertas lagunas, el director se las arregla para impedir que la historia se torne tediosa, ya sea insertando sorpresivos giros dramáticos, o imprimiéndole altos grados de tensión a ciertas escenas en las que los personajes participantes resultan ser por completo impredecibles. “Deathtrap” es un thriller inteligente, pero también es una comedia poblada por personajes con excéntricas personalidades, cuya interacción da como resultado una serie de situaciones inesperadas y descabelladas. Una vez que el espectador comprenda esto, le será más fácil embarcarse en un viaje que de seguro disfrutará.

 

por Fantomas.
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