“The Dark Corner” (1946), es un film noir del director Henry Hathaway, el cual está protagonizado por Lucille Ball, Mark Stevens y Clifton Webb.
Un detective privado llamado Bradford Galt (Mark Stevens), descubre un día que lo están siguiendo. Tras acorralar a su perseguidor, averigua que actúa bajo las órdenes de un antiguo socio con el que acabó enemistado. Poco después, Galt se ve envuelto en un calculado plan de asesinato, del cual solo podrá salir con la ayuda de su fiel secretaria, Kathleen Stewart (Lucille Ball).
Luego de que “Laura” se convirtiera en un éxito de taquilla en 1944, los estudios 20th Century Fox quisieron capitalizar los buenos resultados del film del director Otto Preminger lanzando otras producciones de corte similar. Una de estas producciones sería “The Dark Corner”, la cual afortunadamente para los ejecutivos del estudio acabó obteniendo los resultados esperados. El film se basó en una historia escrita por Leo Rosten (bajo el seudónimo de Leonard Q. Ross), la cual fue publicada en el año 1945 como una serial en la revista “Good Housekeeping”, y que posteriormente sería adaptada por el guionista Jay Dratler, quien también trabajó en el guion de la ya mencionada “Laura”, y por Bernard Schoenfeld, quien previamente había estado a cargo del guion de “Phantom Lady” (1944). Entre quienes eventualmente se convertirían en los protagonistas de la cinta, se encontraba Lucille Ball, quien varios años más tarde se convertiría en parte de la cultura popular norteamericana gracias a su participación en la serie de televisión “I Love Lucy” (1951-1957). Más allá de los resultados obtenidos por la producción, la actriz en varias ocasiones se encargó de destacar que odió la experiencia de rodar “The Dark Corner”. Gran parte de su resentimiento estaba centrado en la figura del director Henry Hathaway, cuyos malos tratos con Ball provocaron que ella eventualmente comenzara a tartamudear en el set, tras lo cual el director no dudó en acusar a la actriz de asistir ebria a las filmaciones.
En “The Dark Corner”, Bradford Galt es un detective privado que trabaja en Nueva York junto a su secretaría, Kathleen Stewart. Cierto día, ambos se dan cuenta que un hombre de traje blanco (William Bendix) los está siguiendo sin razón aparente. Rápidamente, el detective le tiende una trampa al sujeto, quien tras ser coercionado de forma violenta, revela que ha sido contratado por un tipo llamado Anthony Jardine (Kurt Kreuger) para seguirlo. Resulta que Jardine es un viejo conocido de Galt, con quien este último tenía una pequeña firma de abogados hace algunos años en San Francisco, y que tras utilizar sus encantos para chantajear a mujeres casadas de buena situación económica, terminó incriminando a Galt en un asesinato una vez que este amenazó con exponer su sucio negocio. Fue así como luego de pasar dos años en prisión, Galt se propuso iniciar una nueva vida en Nueva York. En el intertanto, aparentemente Jardine también se mudó a Nueva York, donde ha estado manteniendo una aventura con Mari Cathcart (Cathy Downs), la esposa de un acaudalado coleccionista y vendedor de arte llamado Hardy Cathcart (Clifton Webb). Decidido a descubrir los motivos por los cuales Jardine ha comenzado a seguirlo, Galt termina convirtiéndose en el principal sospechoso del asesinato de su antiguo socio. Con la policía pisándole los talones, ahora el detective deberá descubrir quien ha asesinado a Jardine, y los motivos por los que ha sido seleccionado para cargar con su muerte.
Una característica que llama la atención de este film y que comparte con varias producciones de la época, es la relación romántica que inevitablemente se establece entre Galt y su secretaria. Casi pareciera que los hombres de aquella época contrataban secretarias con el único objetivo de seducirlas, y que las mujeres buscaban esa clase de trabajo para dejarse seducir. Desde un inicio, el espectador asume que el rol de secretaria de Kathleen Stewart es solo temporal, una suerte de pasaje a la vida de casada. Evidentemente, el hecho de que el protagonista no tarde demasiado en cortejarla, y que Kathleen responda de manera positiva a los acercamientos del detective, refuerzan esta idea. Sin embargo, lo que resulta aún más curioso, es la dinámica que se establece entre ambos personajes. Kathleen no solo es ingeniosa e independiente, sino que además es algo maternal con Galt, quien en un comienzo se muestra como un tipo duro. De forma gradual, la mujer comienza a enamorarse del detective, y al mismo tiempo lo protege y lo incentiva cuando este se ve acorralado y agobiado por la difícil situación en la que se encuentra. “Estoy atrapado en una esquina oscura, y no sé quién me está golpeando”, dice el protagonista en un pasaje del film, abatido porque ha perdido la única pista con la que contaba. Es entonces cuando Kathleen surge como la figura que lo ayuda a ponerse de pie, y lo motiva a encontrar una solución a sus problemas, tal y como una madre lo haría con su hijo. Obviamente se trata de una dinámica poco común dentro del film noir, la cual afortunadamente funciona de maravilla en esta ocasión.
Uno de los mayores logros de Hathaway al momento del filmar “The Dark Corner”, tiene relación con la forma en como pone el foco de atención en los conflictos de clases que normalmente se esconden entre el pesimismo y la fatalidad del noir. De hecho, la cinta enfatiza determinados contrastes (ferias versus galerías de arte, edificios dilapidados versus espaciosas mansiones, entre otros) que pueden ser interpretados como yuxtaposiciones entre el mundo del proletariado y el de la burguesía, los cuales prueban ser absolutamente excluyentes el uno del otro. En ese sentido, Bradford Galt y Hardy Cathcart funcionan como dos tótems que se encuentran en lados opuestos de la ley y del espectro socioeconómico, mientras que el personaje interpretado por William Bendix es una suerte de germen capaz de corromper a los residentes de ambos mundos por unos pocos dólares. Indudablemente, a través del transcurso de la película se hace evidente como Hathaway toma partido por el héroe de la clase trabajadora, que se ve aplastado por el poder económico de la burguesía, el cual le permite moldear las leyes a su conveniencia. Más allá del comentario social, todo esto da pie a uno de los gags más divertidos del film, el cual involucra a un descolocado Galt en una galería de arte, intentando comprar una invaluable escultura de Donatello como si se tratará de un mueble común y corriente.
En cuanto a las actuaciones, Mark Stevens realiza un buen trabajo interpretando un detective atípico, que a diferencia de otros detectives icónicos del género como Sam Spade o Philip Marlowe, se muestra vulnerable en varios pasajes del film, lo que curiosamente ha sido ampliamente criticado durante el transcurso de los años. Lucille Ball por su parte, no solo demuestra tener una gran química con su coprotagonista, sino que además construye un personaje querible quien mediante sus ingeniosas intervenciones, aporta con ciertas dosis de humor sin necesariamente convertirse en un personaje humorístico. Por último, Clifton Webb básicamente vuelve a interpretar a Waldo Lydecker, su rol en “Laura”. Y es que nuevamente personifica a un hombre petulante y adinerado que está obsesionado con una mujer más joven, cuya figura guarda relación con un retrato que posee cierto valor sentimental para el personaje de Webb. La verdad es que Hardy Cathcart es un hombre cuya frialdad se contrasta con el dolor que siente por la infidelidad de su mujer; “El amor no es exclusivo de los adolescentes, querida”, le dice a Mari en un pasaje del film, “es una enfermedad del corazón que afecta a todos los grupos etarios, como mi amor por ti. Mi amor por ti es la única enfermedad que he contraído desde la niñez, y es incurable”. Por otro lado, en lo que respecta al aspecto técnico de la producción, los elementos destacables son la efectiva banda sonora compuesta por Cyril J. Mockridge, y el impecable trabajo de fotografía de Joseph MacDonald, quien demuestra tener un dominio envidiable del uso de la luz y las sombras.
“The Dark Corner” definitivamente podría ser utilizada para ejemplificar la estética del noir, ya que Hathaway y MacDonald realizan un buen trabajo en conjunto al momento de definir la apariencia y la atmósfera de la cinta. De igual forma resulta destacable la labor de la totalidad del elenco, en especial de una Lucille Ball muy alejada del espectro cómico por el cual eventualmente se hizo famosa. Sin embargo, el principal problema del film de Hathaway es que evoca demasiado a otras producciones clásicas del género, como a la ya mencionada “Laura” e incluso a “The Maltese Falcon” (1941), lo que lamentablemente ha provocado que la película sea injustamente subvalorada durante muchos años. Por otro lado, esta subvaloración también puede ser atribuida a la falta de una verdadera femme fatale, ya que la actitud de la joven esposa de Hardy Cathcart solo está motivada por el amor que siente por Jardine, y no por las ansias de destruir a su marido o quedarse con su dinero, y a la ya mencionada actitud pesimista y quejumbrosa del protagonista una vez que se ve envuelto en un embrollo que no parece tener solución. Más allá de estos detalles, “The Dark Corner” en un film noir de una gran factura técnica, plagado de diálogos inteligentes, con un guion interesante, y una dupla de protagonistas bastante atípica para un género que como tantos otros, en ocasiones le resultaba difícil no reproducir de forma automática una fórmula que ya estaba absolutamente consolidada.
por Fantomas.