miércoles, 5 de diciembre de 2012

Deathtrap: El peligroso mundo del teatro.

“Deathtrap” (1982), es un thriller del director Sidney Lumet, el cual está protagonizado por Michael Caine, Christopher Reeve, y Dyan Cannon.

Sidney Bruhl (Michael Caine), quien alguna vez gozó de un gran éxito como autor de obras teatrales de intriga, hace un tiempo se encuentra lidiando con una serie de fracasos profesionales. En su momento de mayor angustia por la falta de ideas y las malas críticas, Bruhl se topa con el manuscrito de un escritor aficionado llamado Clifford Anderson (Christopher Reeve), a quien invita a su casa con la intención de robarle su obra y asesinarlo, sin imaginar que Anderson le tiene algunas sorpresas reservadas.
El 26 de febrero de 1978, el escritor norteamericano Ira Levin, conocido mundialmente por su novela “Rosemary´s Baby”, estrenó en el Music Box Theatre de Broadway la comedia de suspenso “Deathtrap”, sin imaginar el éxito que esta tendría. Para sorpresa de Levin, quien pese a ostentar una brillante carrera como novelista jamás había logrado destacarse como dramaturgo, la obra estaría en cartelera durante casi cuatro años, tiempo en el cual no solo quebró una serie de récords de taquilla, sino que además logró despertar el interés de un puñado de figuras de la industria hollywoodense, entre las que se encontraba la productora y guionista Jay Presson Allen, quien finalmente junto al director Sidney Lumet se encargaría de llevar al cine la curiosa e ingeniosa historia de Levin. El primero en integrarse al proyecto sería el consagrado actor Michael Caine, quien varios años antes había visto truncada la posibilidad de colaborar con Lumet en la cinta “The Hill” (1965), luego de que le ofrecieran protagonizar la comedía “Alfie” (1966), film que eventualmente sería el responsable de convertirlo en una estrella. Posteriormente se sumarían al elenco Dyan Cannon y Christopher Reeve, siendo este último el más interesado en trabajar en la producción, debido a que creía que esta le permitiría demostrar sus dotes actorales, y lo alejaría del tan temido encasillamiento que suponía haber interpretado en dos ocasiones a Superman.

En este film el gran protagonista es Sidney Bruhl, un veterano dramaturgo cuya carrera está a punto de irse por el desagüe. Lamentablemente para él, sus últimas comedias de misterio han resultado ser un completo fracaso, por lo que su desesperación por escribir una nueva obra exitosa se acrecienta con cada día que pasa. La situación de su esposa Myra (Dyan Cannon) no es mucho mejor; al mismo tiempo que debe controlar la enfermedad cardíaca que le aqueja, debe lidiar con la frustración que le provocan sus intentos fallidos por subirle el ánimo a su marido. Sin embargo, el destino le tiene preparada una sorpresa al angustiado autor. Cuando a sus manos llega el borrador una obra titulada “Deathtrap”, el cual le fue enviado por un estudiante llamado Clifford Anderson con la intención de escuchar su opinión experta, Bruhl ve una salida para sus problemas. Deslumbrado por la brillantez del manuscrito y decidido a salvar su carrera a cualquier costo, Sidney invita al joven a una velada en su casa con la intención de asesinarlo, robarle la obra, y deshacerse de cualquier evidencia que pueda indicar la verdadera naturaleza del escrito, sin imaginar que su en apariencia plan perfecto puede no ser tan perfecto después de todo.

Describir la trama de “Deathtrap” sin dar a conocer datos que pueden revelar las múltiples sorpresas que tiene reservada la historia, sin lugar a dudas resulta algo complicado. Básicamente, la cinta es un thriller compuesto por dos actos, un escenario, cinco personajes, algunos toques de comedia negra brillantemente insertados, buenos diálogos y un relato con un gran potencial comercial. Mientras que en el primer acto el espectador es testigo de un asesinato que será crucial para el posterior desarrollo de la trama, en el segundo acto entra en funcionamiento una maraña de hechos inesperados que rápidamente atrapan al espectador hasta la conclusión de la película, la cual ocurre casi en su totalidad al interior de la casa de los protagonistas. En cuanto a los personajes, además de los tres ya mencionados en el párrafo anterior, en el relato participa Helga Ten Dorp (Irene Worth), una psíquica que está visitando los Estados Unidos por el reciente éxito de su libro, y que hace muy poco tiempo se ha mudado a la casa contigua al hogar de los Bruhl. Dicha cercanía provocará que la excéntrica mujer visite con frecuencia a la pareja, con la intención de advertirles sobre los peligros que se ciernen sobre ellos, aunque la forma en como lo hace resulta ser siempre algo críptica. El último personaje en juego es Porter Milgrim (Henry Jones), quien es el abogado y amigo de Sidney, y cuyo rol solo cobrará cierta importancia durante el segundo acto de la historia.

En gran medida, el guión de “Deathtrap” encierra una historia dentro de una historia. En algunas ocasiones es difícil distinguir si el personaje de Caine está describiendo el manuscrito de Anderson, o se está refiriendo a los acontecimientos en los que se ve inmerso. Y es que en ese sentido, durante el transcurso de la película son varios los diálogos que hacen referencia ya sea a las bases narrativas del thriller, o a los profesionales que están ligados de una u otra forma al mundo del teatro, como por ejemplo los productores, los agentes, los críticos e incluso los abogados. La cinta sirve tanto de parodia como de homenaje a las historias de misterio, lo que le permite al director jugar con las expectativas del espectador quien en su búsqueda de clichés, termina absolutamente desconcertado con los constantes giros de la trama. Probablemente uno de los giros más discutidos del film sea la sorpresiva relación homosexual que mantienen Bruhl y Anderson. La escena en que ambos se besan y le revelan al público la verdadera naturaleza de su relación (la cual dicho sea de paso, no aparecía en la obra de Levin), no solo provocó que la producción recibiera una serie de críticas negativas, sino que además le significó un problema mayor a la pareja de actores. A raíz de que ninguno de los dos tenía mayores deseos de llevar a cabo dicha escena, no les quedó más remedio que emborracharse a tal punto que pudieran hacer todo lo que el director les pidiera. Afortunadamente para ambos, su peculiar estrategia funcionó de maravilla.

Independiente de la latente homosexualidad de los protagonistas, el errático accionar de estos se ve inducido mayormente por la ambición que los consume, aunque en el caso de Sidney Bruhl existe una motivación aún más oscura. Según el mismo Caine: “Bruhl es un exitoso escritor de misterio que tiene gustos caros y una esposa enferma, cuya musa macabra lo ha abandonado. Él siempre ha asumido que cometer crímenes en un papel sirve para sublimar las hostilidades personales. Pero ahora, después de una vida llena de asesinatos ficticios, Bruhl se encuentra fantaseando con cometer uno real. Con esto en mente, no puedo evitar preguntarme que es lo que motiva su extraño comportamiento. ¿Algún trauma de la niñez? ¿Una compulsión enterrada en lo más profundo? No, eso sería muy sencillo. La respuesta es que él está loco, completamente loco”. Esa locura de la que habla Caine logra traspasar la pantalla, y se traduce en la impredictibilidad de su personaje, cuya mente está trabajando de manera constante con el fin de buscar la mejor solución a los problemas que se le van presentando durante el transcurso del film. Demás está decir que el actor realiza un estupendo trabajo, al igual que Christopher Reeve, quien logra que su personaje sea lo suficientemente macabro y cínico como para contrarrestar la presencia abrumadora de Bruhl. Por otro lado, mientras que la actuación de Irene Worth resulta ser cómica sin caer en lo caricaturesco, la interpretación de Dyan Cannon está marcada por la sobreactuación y la verdad es que deja bastante que desear.

En cuanto al aspecto técnico de la cinta, esta cuenta con la atmosférica banda sonora del compositor Johnny Mandel, la cual se complementa de buena manera con el correctísimo trabajo de fotografía de Andrzej Bartkowiak, el cual impide que la película se convierta en la mera filmación de una obra teatral. Lamentablemente, a través de los años, “Deathtrap” ha sido injustamente comparada con el exitoso film de Joseph L. Mankiewicz, “Sleuth” (1972), no solo por sus similitudes temáticas, sino porque además ambas producciones fueron protagonizadas por Michael Caine. Aunque las similitudes saltan a la vista, la verdad es que la cinta de Lumet brilla con luces propias como una excelente adaptación de una de las obras teatrales más exitosas que se han exhibido en Broadway. Aunque por momentos el ritmo narrativo tiende a caer en ciertas lagunas, el director se las arregla para impedir que la historia se torne tediosa, ya sea insertando sorpresivos giros dramáticos, o imprimiéndole altos grados de tensión a ciertas escenas en las que los personajes participantes resultan ser por completo impredecibles. “Deathtrap” es un thriller inteligente, pero también es una comedia poblada por personajes con excéntricas personalidades, cuya interacción da como resultado una serie de situaciones inesperadas y descabelladas. Una vez que el espectador comprenda esto, le será más fácil embarcarse en un viaje que de seguro disfrutará.

 

por Fantomas.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

The Fury: El poder destructivo del odio.

“The Fury” (1978), es un thriller de ciencia ficción del director Brian De Palma, el cual está protagonizado por Kirk Douglas, John Cassavetes, y Amy Irving.

Tras ser atacado por un supuesto grupo extremista, el agente del gobierno Peter Sandza (Kirk Douglas) es dado por muerto. Algunos meses más tarde, desesperado por encontrar a su hijo Robin (Andrew Stevens), Sandza recurre a Gillian Bellaver (Amy Irving), una joven que posee poderes psíquicos inexplicables. Ella parece ser la única capaz de revelar donde está retenido Robin, quien está siendo utilizado en peligrosos experimentos mentales, cuyas consecuencias pueden ser devastadoras.

Después de filmar “Carrie” (1976), Brian De Palma se puso a buscar financiamiento para otros de los proyectos que tenía en carpeta. Debido a la escasa recaudación que logró dicho film, esto no sería una tarea fácil. Sin embargo, por esas casualidades de la vida, tras acompañar a la actriz Jill Clayburgh a ver el estreno de la cinta “Silver Streak” (1976), la cual ella protagonizaba, la pareja se encontró con el actor Alan Ladd y el productor Frank Yablans en un restaurante de Nueva York. Este último le mencionó a De Palma que junto al escritor John Farris, se encontraban escribiendo la adaptación de la novela “The Fury”, la que quizás podría interesarle. Al día siguiente, el representante del director, que casualmente también era el representante de Farris, le envío el mentado guión. Para el realizador, el flechazo fue inmediato. En el escrito reconoció elementos de la ya mencionada “Carrie”, y otros tantos de “The French Connection” (1971) y de “Three Days of the Condor” (1975), con los cuales le entusiasmaba trabajar. Fue entonces cuando casi sin pensarlo, De Palma llamó a Yablans para confirmarle su participación en el proyecto. Pese a creer que el guión era lo suficientemente bueno como para atraer a la audiencia, el director quiso asegurarse de no fracasar nuevamente en la taquilla contratando a dos actores consagrados como Kirk Douglas y John Cassavetes, quienes le otorgarían al film el "star-power" suficiente como para obtener una buena recaudación en las salas de cine.

En “The Fury”, Kirk Douglas interpreta a Peter Sandza, un agente del gobierno cuyo hijo Robin es engañado por los superiores de Sandza, quienes convencen al joven que su padre ha muerto en un tiroteo en Israel, con el fin de investigar y manipular las habilidades psíquicas que este posee, y que lo convierten en una potencial arma de destrucción contra los rusos. Sediento de venganza, Sandza regresa a los Estados Unidos con el único fin de encontrar a su hijo y asesinar al responsable de su “secuestro”, el siniestro agente Ben Childress (John Cassavetes). En medio de su cruzada, Sandza se percata de que no es el único que está buscando a su hijo. Una joven llamada Gillian Bellaver no solo ha estado teniendo una serie de problemas a causa de sus poderes paranormales, sino que además se ha estado comunicando telepáticamente con Robin, por lo que ella cree que él es el único que puede ayudarla a comprender su situación y a encontrar un lugar en un mundo que le es ajeno. Es así como eventualmente Peter y Gillian unen fuerzas para encontrar a Robin, sin conocer que tanto el carácter como los poderes del joven se encuentran fuera de control, lo que inevitablemente traerá consecuencias mortales para todos quienes osen interponerse en su camino.


“The Fury” es una película en extremo curiosa. Lo que comienza como una cinta de espionaje, pronto se convierte en una producción que trata acerca del fenómeno psíquico y de los problemas que conlleva el paso por la adolescencia. Durante la primera media hora del film, De Palma se centra en la situación que conlleva a que Peter se aleje involuntariamente de su hijo, y como este regresa un año después de dicho acontecimiento a los Estados Unidos para intentar vengarse de sus antiguos colegas. Como su contraparte nos encontramos con Ben Childress, quien no solo es responsable de todo lo sucedido, sino que además es el encargado de llevar a cabo el proyecto que recluta jóvenes psíquicos para convertirlos en armas del gobierno. Estrictamente ligado con esto, también somos testigos de cómo el grupo liderado por la doctora Susan Charles (Fiona Lewis), intenta despertar el verdadero poder psíquico de Robin, incrementando su ira a través de la filmación del supuesto asesinato de su padre. Sin embargo, lo que más afecta al joven es la relación que este mantiene con la Dra. Charles, cuyos tintes edípicos tendrán macabras consecuencias en un joven cada vez más emborrachado con su poder y su incontrolable ira.

Ya en la segunda mitad del film, el director explora los problemas que sufre Gillian a causa de su poder, específicamente como es apartada por sus compañeras de colegio, quienes piensan que es un fenómeno, y como esta termina siendo internada por su propia voluntad en un instituto que se dedica a trabajar con jóvenes como ella, el cual está a cargo del aparentemente bienintencionado doctor Jim McKeever (Charles Durning). Y es que el mayor temor de la joven es que su poder (o su maldición como ella lo ve), la lleve a dañar a aquellos a quienes ama, situación que ya ha experimentado en un par de ocasiones cuando sin quererlo, le ha provocado hemorragias a quienes tienen contacto con ella. Para alegría de Gillian, será en este lugar donde por fin se sienta a gusto, aunque lamentablemente no podrá disfrutar de aquello por mucho tiempo. Pronto la joven comenzará a fortalecer su nexo psíquico con Robin, quien también estuvo un tiempo en el instituto, lo que no solo la llevará a intentar dar con el paradero de aquel que comparte y entiende su don, sino que además la pone en la mira de Childress, quien hace ya un tiempo está buscando otro conejillo de indias capaz de convertirse en un arma efectiva y moldeable a sus más oscuros deseos.


Como es de esperarse por la talla de los actores que participan en esta producción, el elenco completo realiza un estupendo trabajo interpretando sus respectivos papeles. Se destaca la actuación de Kirk Douglas, quien personifica a este padre vengativo de energía contenida, la cual por momentos se libera de manera violenta y brutal. Amy Irving por su parte, refleja de buena manera la evolución de su personaje, que pasa de ser una joven frágil y algo asustadiza, a ser una mujer fuerte capaz de enfrentarse a cualquier situación. Por último cabe mencionar la labor de John Cassavetes, que logra que su personaje se muestre como un hombre realmente siniestro capaz de todo por alcanzar sus objetivos, lo que lo sitúa como un villano a la altura de las circunstancias. En el aspecto técnico del film, este cuenta con la atmosférica banda sonora compuesta por el siempre confiable John Williams, y con el correcto trabajo de fotografía de Richard H. Kline, que permite que en ciertos pasajes la cinta adquiera un cariz onírico. Cabe destacar que la producción también presenta una buena cantidad de bien logrados efectos especiales, los cuales resultan ser en su mayoría bastante viscerales y vienen a coronar el último tramo del relato.

En “The Fury” De Palma opta por no utilizar una estructura lógica para narrar una historia compleja y trágica, que no solo intenta fusionar géneros que rara vez suelen ir de la mano, sino que además juega a confundir y manipular al espectador para facilitar la entrada de este al mundo surrealista y onírico en el que se desarrollan los acontecimientos. Sin embargo, esta maniobra del director termina siendo un arma de doble filo. Mientras que logra con éxito capturar la atención del espectador, al mismo tiempo provoca que la cinta sufra una curiosa dicotomía que impide que las dos subtramas principales se fusionen de buena manera, hecho que solo ocurrirá en el último tramo del film. Claramente “The Fury” no es de lo mejor que podemos encontrar dentro de la filmografía del siempre interesante Brian De Palma, pero tampoco es uno de sus peores trabajos. Pese a que su carencia de definición narrativa arrastra consigo algunos agujeros en la trama, la cinta presenta un buen número de escenas visualmente atrayentes, las cuales en su mayoría son bastante viscerales, además de un par de momentos realmente destacables que han soportado bien el paso del tiempo, manteniendo intacta su capacidad de sorprender al espectador. Es precisamente por sus virtudes que "The Fury" se alza como una producción interesante, que al menos merece ser rescatada de los anales del cine setentero.

 

por Fantomas.

jueves, 6 de septiembre de 2012

The Big Heat: Una de las últimas joyas de Fritz Lang en suelo norteamericano.

“The Big Heat” (1953), es un thriller del director Fritz Lang, el cual está protagonizado por Glenn Ford, Gloria Grahame y Lee Marvin.

Cuando al sargento de policía Dave Bannion (Glenn Ford) le ordenan investigar el aparente suicidio de un colega, este se ve enfrentado a un mundo dominado por la corrupción el cual termina cobrando la vida de su esposa (Jocelyn Brando). Ahora motivado por el dolor y la ira, Bannion hará hasta lo imposible por vengarse de los responsables de la muerte de su esposa, aunque esto le cueste la vida.

Durante gran parte de su carrera cinematográfica, el director alemán Fritz Lang se dedicó a retratar el submundo criminal y todas sus aristas. Tras su escape de la Alemania nazi, sus trabajos adquirieron un tono más oscuro y la venganza pasó a convertirse en uno de los temas primarios de sus obras. Teniendo esto en cuenta, la Columbia contrató al realizador para filmar la adaptación del serial “The Big Heat”, escrito por Willian P. McGivern y publicado por la revista Saturday Evening Post, el cual era una historia de venganza que gozó de gran popularidad entre los lectores de la época. El encargado de escribir el guión sería un reportero llamado Sydney Boehm, cuyo mayor cambio a la historia original consistiría en transformar al protagonista de un detective con educación universitaria, a un tipo común y corriente con quien la audiencia pudiera identificarse fácilmente. Para interpretar a este personaje, el estudio escogió a Glenn Ford, quien en aquel entonces era una de las estrellas más populares y confiables de Hollywood, lo que aseguraba el éxito del film. En lo que respecta al resto de elenco, los ejecutivos de la Columbia optaron por utilizar a una serie de actores que estaban bajo contrato con el estudio, entre los que se destacaban un joven Lee Marvin y la ganadora del Oscar, Gloria Grahame. Sería con esta última con quien Lang tendría una serie de diferencias creativas durante el rodaje, las cuales tuvo que solucionar a punta de amenazas (de hecho, en una ocasión le dijo: “o haces lo que te digo, o solo mostraré tu espalda y conseguiré a un loro para que diga tu diálogo”).

A los pocos segundos de comenzado el film, somos testigos de cómo el policía Tom Duncan decide volarse los sesos por motivos desconocidos. A sabiendas de las prácticas ilegales de su marido, Bertha Duncan (Jeanette Nolan) decide ocupar una nota dejada por este para chantajear a Mike Lagana (Alex Scourby), el mafioso más poderoso de la ciudad, y así darse la vida que jamás pudo gozar con el sueldo de su difunto esposo. Es aquí donde entra en escena el sargento Dave Bannion, un honesto policía de homicidios cuya intuición lo empuja a investigar las razones que llevaron a Duncan a suicidarse. Con el cruel asesinato de la amante de este último de por medio, Bannion decide confrontar a Lagana, a quien le promete acabar con su reino de corrupción cueste lo que cueste. Consciente de la amenaza que representa el obstinado policía, Lagana ordena asesinarlo sin imaginarse que un fallido atentado cobrará la vida de la esposa de Bannion. Decepcionado por la nula respuesta de las autoridades y dominado por la ira y el dolor, el ahora ex policía arriesgará su vida para encontrar al responsable de la muerte de su mujer y las pruebas suficientes para encerrar a Lagana, aún cuando esto le cueste su propia vida.


Si bien en la superficie el film de Lang no es más que la historia de un policía honesto, que intenta por todos los medios enfrentarse a un sistema corrupto dominado por criminales sin escrúpulos, la verdad es que en el fondo esconde un mensaje mucho más subversivo que cuestiona los costos personales y profesionales de la cruzada ética del protagonista. Durante la primera mitad de la historia, son dos las mujeres que pierden la vida por el simple hecho de confiar en Bannion, y más tarde una tercera termina corriendo la misma suerte a causa de la información que este último le proporciona. Dentro de su inocencia y su aparente desconexión con el mundo en el que está inmerso, el protagonista parece creer que puede trazar una línea divisoria entre la tranquilidad de su vida doméstica, y el violento entorno en el que se desenvuelve día a día a causa de su trabajo. Lamentablemente para él, serán su ética a prueba de balas y su malentendido heroísmo los grandes responsables de las tragedias que cambiarán su vida. Sin embargo, por la mente de Bannion jamás se vislumbra un dejo de culpabilidad. Esta es la razón por la que el film resulta ser increíblemente insidioso; ¿merecen Lagana y su lacayo Stone (Lee Marvin) pagar por todo lo que han hecho? Por supuesto que sí, pero ¿valía la pena que tres mujeres perdieran la vida a causa de la cruzada de Bannion? Eso es sumamente cuestionable.

Aunque la cinta se centra en la investigación inicial de Bannion y en su posterior sed de venganza, el verdadero motor de la historia resultan ser las mujeres que se cruzan en la vida del protagonista. Durante la primera mitad del film, será el cruento asesinato de la amante de Duncan lo que llevará a Bannion a enfrentarse a Lagana, lo que tendrá como consecuencia la muerte accidental de su esposa a manos de unos de los matones del poderoso e influyente criminal. De la misma forma, durante el segundo tramo de la cinta, otro par de mujeres se convierten en piezas claves de la trama; estás son Bertha Duncan y Debby Marsh (Gloria Grahame). Mientras que la primera se muestra como una verdadera villana y como la guardiana de las pruebas que pueden hundir a Lagana y sus secuaces, la segunda es la seductora pero bien intencionada novia de Vince Stone, el violento hombre de confianza de Mike Lagana. Debby eventualmente termina convirtiéndose en una suerte de interés amoroso del protagonista, y en su nexo más directo con el grupo de criminales, lo que por supuesto le traerá graves consecuencias. En una de las escenas más famosas del film, durante un ataque de celos, Stone quema la mitad de la cara de su chica arrojándole café caliente, por lo que a esta no le queda más remedio que recurrir a Bannion en busca de protección y contención.


En cuanto a las actuaciones, Glenn Ford hace un buen trabajo interpretando a este policía por sobre todo honesto, quien si bien la mayor parte del tiempo se muestra contenido y tranquilo, cuando se enfada es capaz de volverse un hombre sumamente violento que no respeta género ni edad. Lee Marvin por su parte, también realiza una estupenda labor interpretando al gran villano de la cinta, cuya frialdad y crueldad resulta ser realmente atemorizante incluso para su propio jefe, quien parece no poder controlarlo. Sin embargo, quien se roba la película es Gloria Grahame, cuya interpretación de esta mujer inteligente, seductora y desafiante, terminó por convertir a Debby Marsh en el personaje más interesante del film. Era tal el profesionalismo de la joven actriz, que a sabiendas de que su personaje no poseía líneas de dialogo realmente destacables, le pidió ayuda a su novio y futuro esposo, el guionista Cy Howard, quien contribuyó con dos de las líneas de diálogo más famosas de la cinta, que no hacían más que resaltar la sagacidad de su personaje. En lo que al aspecto técnico se refiere, la producción cuenta con el siempre destacable trabajo de fotografía de Charles Lang, y con una más que adecuada banda sonora compuesta principalmente por música de archivo, la cual había sido utilizada anteriormente en otros largometrajes del estudio.

Una de las características más interesantes de “The Big Heat” es su moralidad ambigua, la cual está presente en gran parte de los trabajos de Lang. Si bien el dilema ético del protagonista es un ejemplo perfecto de esto, este probablemente será obviado por el espectador quien no podrá evitar empatizar con un protagonista agobiador por el dolor y la impotencia. Es por esto que el mejor ejemplo de la naturaleza dual de la historia, está encarnado en el personaje de Gloria Grahame. Antes del incidente del café, Debby se muestra abiertamente feliz de estar con Vince Stone, aún cuando sabe a lo que este se dedica y conoce lo violento que puede llegar a ser. Cuando ella conoce a Bannion, sus últimos rasgos de inocencia logran salir a flote, lo que la lleva a intentar convertirse en una mujer acorde a los estándares morales del protagonista. Esta lucha interna es ilustrada con las consecuencias de las quemaduras en su rostro, donde el lado dañado representa todo aquello que Debby quiere dejar atrás, aún cuando en su momento no le molestaba, mientras que el lado sano representa sus ansías de encontrar la tan buscada redención, cuyo costo bien podría ser demasiado alto. Por su interesante contenido temático, su estupendo ritmo narrativo, el excelente trabajo del elenco, y su cuidado aspecto técnico, “The Big Heat” no solo es una de las mejores películas filmadas por Fritz Lang en suelo norteamericano, sino que además es una de las piezas fundamentales del siempre llamativo cine negro.

           

por Fantomas.

viernes, 24 de agosto de 2012

The Final Countdown: ¿Y si pudiésemos reescribir la historia?

“The Final Countdown” (1980), es un film de ciencia ficción del director Don Taylor, el cual está protagonizado por Kirk Douglas, Martin Sheen, Katharine Ross y James Farentino

Un moderno y enorme portaviones de la marina norteamericana se ve envuelto en una gigantesca tormenta en las costas de Hawái. El extraño y misterioso fenómeno meteorológico termina enviando a la nave y a la totalidad de su tripulación al pasado, justo unas horas antes de que ocurra el infame bombardeo de Pearl Harbor, otorgándole al Capitán Matthew Yelland (Kirk Douglas) y compañía la oportunidad de reescribir el pasado y alterar de manera incontrolable el futuro.



Dentro del género de la ciencia ficción nos encontramos a menudo con historias que se centran en el deseo del hombre de poder manejar el tiempo y el espacio a su antojo, sin detenerse en ocasiones en las consecuencias que pueden tener sus actos. Con esto en mente, Thomas Hunter, Peter Powell y David Ambrose comenzarían a escribir un guión donde un viaje temporal accidental les ofrecería a un grupo de marinos del ejército norteamericano la oportunidad de borrar uno de sus acontecimientos históricos más dolorosos: el bombardeo de Pearl Harbor. Encantado con la idea, el productor Peter Douglas no solo consiguió que su padre, el mítico actor Kirk Douglas, participara en la cinta, sino que además logró despertar el interés de la Marina de los Estados Unidos, institución que se mostró dispuesta a facilitar algunas de sus instalaciones y a dar asesoría técnica, con el fin de sacar adelante esta modesta producción que les serviría en cierta medida para reclutar nuevos soldados. Con la condición de rodar solo bajo la autorización del personal de marina que se encontrase en el lugar, el equipo de filmación liderado por el director Don Taylor pasó alrededor de diez semanas rodando la cinta en la Estación Naval Norlfolk y en la Estación Naval Aérea de Key West.

Lamentablemente para el director, la irresponsabilidad de algunos de sus técnicos y la intervención constante de la Marina, terminó retrasando el calendario de filmación, lo que dañó su hasta entonces intachable reputación. Más allá de estos detalles, la historia se centra en el curioso e inexplicable viaje temporal del portaaviones U.S.S. Nimitz y su tripulación, quienes durante un ejercicio de entrenamiento son transportados por una suerte de vórtice al 6 de diciembre de 1941, exactamente un día antes de que los aviones japoneses bombardearan la base de Pearl Harbor. Mientras intentan descubrir que fue lo que sucedió y como pueden volver a su época de origen, el Capitán Matthew Yelland, el Comandante Richard Owens (James Farentino), y el consejero del Ministerio de Defensa Warren Lasky (Martin Sheen), tendrán que debatir en un breve periodo de tiempo si van a actuar en contra de las fuerzas de combate japonesas, reescribiendo por completo la historia, o van a evitar intervenir en la sucesión de acontecimientos de aquel fatídico día, a sabiendas de las terribles consecuencias que eso puede tener.


Más de alguno habrá escuchado alguna vez el concepto del efecto mariposa, que postula que dadas ciertas condiciones iniciales en un determinado sistema caótico, la más mínima variación de ellas puede provocar que el sistema evolucione de forma diferente. Esto quiere decir que basta una pequeña perturbación inicial, para generar un efecto considerablemente grande a mediano o corto plazo. Evidentemente, la cinta coquetea con este concepto, y digo coquetea porque jamás se mete de lleno a analizar las potenciales consecuencias de la intervención de los protagonistas en un hecho histórico por todos conocido. El único que menciona algunos de los alcances del concepto del efecto mariposa, es el personaje interpretado por Martin Sheen, quien se atreve a teorizar que la alteración de cualquier evento del pasado, por más pequeño o irrelevante que este pueda parecer, puede alterar por completo la cadena de acontecimientos históricos que dieron como resultado su propia existencia y la de sus compañeros en esta peculiar aventura. El hecho de que los guionistas intenten evadir por todos los medios cualquier profundización del tema, tiene dos consecuencias claramente tangibles. La primera tiene relación con el accionar de los protagonistas, en especial con las decisiones que toma el Capitán Yelland, mientras que la segunda resulta ser una paradoja temporal que atenta contra la inteligencia del guión.

En lo que a la primera consecuencia se refiere, los militares dejan en claro su postura tan pronto como se percatan que han viajado en el tiempo; su deber es proteger al país de cualquier ataque, por lo que lo único correcto es derribar a las tropas japonesas antes de que estás logren su objetivo. Pese a las advertencias de Warren Lasky, quien es el único que por momentos parece tener algo de cordura, Yelland decide seguir adelante con su plan sin importarle las nefastas consecuencias que este pueda tener. Lo que dificulta la comprensión del accionar de estos personajes, es el hecho de que durante el transcurso del film comienzan a caer en pequeñas contradicciones, lo que impide que el espectador se identifique con algunos de ellos. Mientras que Lasky teoriza con la posible desaparición de todos los tripulantes del U.S.S. Nimitz en caso de que estos lleguen a atacar a los invasores japoneses, por otro lado este no oculta su entusiasmo con la idea de reescribir la historia. Yelland en cambio, si bien no tiene problemas para ocupar los hombres y las armas que tiene a su disposición para impedir el inminente ataque extranjero a tierras norteamericanas, por momentos se muestra sumamente cauteloso a la hora de intervenir con su entorno, confundiendo tanto a quienes están bajo sus órdenes como al mismo espectador.


En cuanto a la paradoja temporal que mencionaba anteriormente, Yelland y compañía terminan viéndose involucrados en el ataque de un par de aviones japoneses a un yate propiedad del senador Samuel Chapman (Charles Durning), quien junto a su asistente Laurel Scott (Katharine Ross), logran ser rescatados por el Coronel Owens. Indudablemente, el rescate de estas dos personas quienes debiesen haber muerto en ese ataque, significa una grave alteración en la continuidad temporal, lo que inevitablemente debiese traer algunas consecuencias. Si bien parte de esta alteración es solucionada mediante un lamentable accidente, de todas formas termina produciéndose una paradoja temporal que escapa a toda lógica (aunque esta sea un arma de doble filo en lo que se refiere al cine de ciencia ficción). Y es que los guionistas en todo momento apelan a que el espectador no se cuestione demasiado que es lo que está sucediendo. Tal y como los protagonistas aceptan rápidamente que han sido transportados en el tiempo por un suerte de agujero negro, el espectador debe aceptar sin cuestionamientos los giros imposibles que da la historia, y hacer a un lado cualquier tipo de noción existente concerniente al concepto del efecto mariposa. Durante el transcurso del film, Yelland y su equipo producen más de un cambio significativo en el pasado, lo que curiosamente no provoca ninguna consecuencia tangible para ellos, ni para el espectador.

Más allá de los aspectos temáticos del film, este tiene la virtud de contar con un gran elenco que en general realiza una buena labor, además de presentar un correcto apartado técnico, donde obviamente se destacan los efectos especiales los cuales pese a ser bastante simples, resultan ser efectivos. Gran parte del encanto de la cinta reside en el suspenso que provoca la posibilidad de que la tripulación del U.S.S. Nimitz altere el pasado de manera considerable, y en la descripción que realiza el director de lo que es la vida a bordo de un barco. Además de esto, el film incluye un par de escenas de acción que ayudan a agilizar un relato que por momentos tiende a caer en algunas lagunas. Si bien puede resultar criticable la forma en cómo Don Taylor y compañía optan por elegir una salida fácil para evitar ahondar en las consecuencias del conflicto principal, no se puede negar que pese a sus falencias narrativas y temáticas, “The Final Countdown” resulta ser una película entretenida que por momentos se asemeja al cine de ciencia ficción de la década del cincuenta, lo que le da un encanto especial. Aunque obviamente se trata de una producción que está a años luz de la brillante “Back to the Future” (1985), que trata de mejor manera el concepto del efecto mariposa, de todas formas el film de Taylor sigue siendo considerado por muchos espectadores como una pequeña joya del cine de ciencia ficción ochentero.

 

por Fantomas.

jueves, 2 de agosto de 2012

I Deal in Danger: Como reciclar una serie de televisión para convertirla en un largometraje.

“I Deal in Danger” (1966), es un thriller bélico del director Walter Grauman, el cual está protagonizado por Robert Goulet, Christine Carère, y Eva Pflug.

David March (Robert Goulet) es un agente secreto norteamericano que logra infiltrarse en el alto mando alemán a principios de la Segunda Guerra Mundial, con el pretexto de que es un traidor. Ahora con la ayuda de Gretchen Hoffmann (Eva Pflug), una científica germana, tendrá que encontrar la forma de sabotear un peligroso proyecto secreto nazi, el cual puede cambiar el curso del conflicto bélico.

A principios de los sesenta, el cantante y actor Robert Goulet alcanzaría cierta fama en los Estados Unidos principalmente por su participación en varias obras de Broadway. Esto eventualmente lo llevó a probar suerte como actor en otros medios como el cine y la televisión, siendo en este último donde obtendría una mayor cantidad de roles durante el transcurso de su carrera. En 1965, Goulet sería escogido para protagonizar una serie de televisión producida por la 20th Century Fox titulada “Blue Light” (1966), la cual había sido creada por Larry Cohen y Walter Grauman. El show, el cual estuvo constituido por 17 episodios, presentaba al personaje de Goulet como un supuesto corresponsal norteamericano que al percatarse de la hegemonía nazi a principios de la Segunda Guerra Mundial, decide traicionar a su país y unirse a los servicios de inteligencia germanos. Sin embargo, pronto se descubre que él pertenece a un grupo de espías llamado “Blue Light”, cuyo objetivo principal es desmantelar la maquinaría nazi desde dentro. Debido a que a la serie no obtuvo los resultados esperados, el estudio optó por reciclar los cuatro primeros episodios, y editarlos de manera tal que pudieran ser utilizados para realizar un largometraje pensado para ser estrenado en las salas de cine del país, dando vida de esta forma a “I Deal in Danger”.

La cinta comienza con el asesinato del miembro número 16 del grupo de espías denominado “Blue Light”, estableciendo que solo queda un integrante vivo de dicho grupo, David March, quien se encuentra cómodamente infiltrado en la Alemania nazi. Como es de esperarse, su posición no solo le permite codearse con oficiales de la Gestapo y con miembros de la alta sociedad germana, sino que además le facilita la obtención de información confidencial que puede resultar crucial para el desarrollo de la guerra. En la actualidad, su principal objetivo es encontrar la manera de sabotear un proyecto secreto que se conoce bajo el nombre de “Grossmunchen”, el cual consiste en la fabricación de un nuevo tipo de armamento, con el cual los alemanes pretenden invadir Norteamérica y por ende ganar la guerra. Durante el transcurso de su difícil misión, March será ayudado por otra supuesta traidora llamada Suzanne Duchard (Christine Carère), cuyo padre fue ejecutado por la Resistencia Francesa por colaborar con los nazis, y por Gretchen Hoffmann, una de las científicas germanas a cargo del temido proyecto secreto, quien tras un trágico episodio se percata que desea enmendar lo que su país le ha hecho a tanta gente inocente.


Debido a su origen multiepisódico, “I Deal in Danger” presenta dos líneas dramáticas claramente marcadas. Durante su primera mitad, la cinta se centra en el juego del gato y el ratón que se produce entre el protagonista y Elm (Werner Peters), un oficial de la SS que desconfía de la lealtad de March, al punto que logra conseguir una orden judicial para asesinarlo al más mínimo indicio de que es un traidor. Y es que el oficial alemán sospecha que March es nada menos que el último miembro vivo de “Blue Light”, lo que lo convierte en un hombre muy peligroso. La prueba de fuego a la que será sometido el protagonista, consistirá en la validación de las intenciones de un doble agente británico (Donald Harron), quien siguiendo el ejemplo de March, supuestamente quiere comenzar a trabajar para la Alemania nazi. Lo que March no sabe, es que los alemanes están en conocimiento de las verdaderas intenciones del espía inglés, por lo que si este confirma que las palabras de su colega son sinceras, terminará cavando su propia tumba. Ya durante la segunda mitad del film, la  acción se centra en el traslado del protagonista a una planta subterránea de armamento, lugar en el cual conocerá a la científica Gretchen Hoffmann, quien parece ser su mejor opción para poder destruir la tan temida arma secreta de los alemanes, por lo que tendrá que convencerla de ayudarlo a cumplir su misión.

Teniendo en cuenta el escenario y las circunstancias en las que se desarrolla la historia, es evidente que gran parte del encanto de la cinta reside en la posibilidad de que el plan del protagonista sea expuesto por los nazis, poniendo en riesgo no solo su vida y la de sus asociados, sino que también toda la operación de la que forma parte, lo que significaría un golpe tremendo para las fuerzas aliadas. Sin embargo, hay una serie de elementos que atentan contra la construcción de una trama verosímil, los cuales en su mayoría tienen relación con la forma en la que son representados los oficiales nazis. En su gran mayoría, con la excepción del villano interpretado por Werner Peters, los nazis resultan ser personajes caricaturizados, que no solo se dejan engañar fácilmente por March y Suzanne Duchard, sino que además presentan un grado de sadismo y frialdad bastante menor al que usualmente exhiben en las producciones de estas características, lo que inevitablemente disminuye el nivel de tensión de algunas escenas que dependen del accionar del oficial nazi de turno. Y es que por momentos, los alemanes parecen ser tan solo una tropa de ineptos, cuya soberbia los ha llevado a confiarse demasiado, al punto que dejan que un supuesto traidor norteamericano deambule libremente incluso por sus fábricas de armamento más celosamente cuidadas.


Afortunadamente, el film se ve bastante beneficiado con la participación de Robert Goulet, quien interpreta de buena manera a este espía sofisticado, seductor y temerario, que siempre se las arregla para lograr su objetivo con una sonrisa en su rostro. Quienes también realizan un buen trabajo son el ya mencionado Werner Peters y Horst Frank, quienes interpretan de manera creíble a los principales villanos de la cinta (que dicho sea de paso, son los únicos dos personajes que dudan de la lealtad del protagonista), lo que los convierte no solo en personajes atractivos, sino que también en los principales generadores de tensión del relato. Por último cabe mencionar la labor tanto de Christine Carère como de Eva Pflug, quienes si bien realizan un trabajo correcto, por momentos sus interpretaciones se ven algo mermadas por lo pobre de sus diálogos. En el aspecto técnico, probablemente lo que más se destaca es la banda sonora compuesta por Joseph Mullendore y Lalo Schifrin, la cual de todas formas presenta algunos pasajes bastante planos que no permiten crear la atmósfera deseada. Por razones obvias, la fotografía por momentos deja bastante que desear, al igual que algunos de los sets en los cuales se desarrolla la historia, los cuales no pueden evitar exhibir la escasez de presupuesto con la que contaba la serie.

En términos narrativos, la cinta se ve tanto beneficiada como perjudicada por el collage de episodios que Cohen y Grauman utilizaron para construir el guión del film. Si bien por un lado la edición de los capítulos ayudó a que los ripios narrativos que presentaba la serie fueran eliminados, dando como resultado que la producción presente un ritmo bastante dinámico, por otra parte también provocó que muchas de las situaciones que se exploran durante el transcurso de la historia se resuelvan de manera apresurada, simplificando demasiado el trabajo de March y compañía. De la misma forma, durante los casi noventa minutos que dura el film, es imposible no percatarse de las secuelas directas del origen televisivo de la película, entre las que se encuentran las transiciones entre escenas tan típicas de las series de la época, y la secuencia de títulos inicial, la cual contiene varios extractos de los episodios de la serie, los cuales no necesariamente aparecen en el film. Pese a sus problemas narrativos y técnicos, “I Deal in Danger” resulta ser una “película” entretenida, que se ve ampliamente beneficiada por la presencia de un protagonista lo suficientemente interesante y querible, como para que el espectador haga caso omiso a varios de los elementos que atentan directamente contra la verosimilitud de una historia cuya concepción es por lo menos curiosa.


por Fantomas.

jueves, 26 de julio de 2012

Strangers on a Train: Nunca confíes en extraños.

“Strangers on a Train” (1951), es un thriller del director Alfred Hitchcock, el cual está protagonizado por Farley Granger, Robert Walker y Ruth Roman.

Guy Haines (Farley Granger) es un famoso tenista que quiere iniciarse en la política, y que de hecho está saliendo con la hija de un senador. El problema es que su molesta esposa no quiere darle el divorcio. Sin embargo, durante un viaje en tren, Guy conoce a un carismático hombre llamado Bruno Antony (Robert Walker), quien le propone una curiosa solución a sus problemas: él matará a su esposa y Guy tendrá que hacer algo similar por el hombre que acaba de conocer.
Tras estrenar la curiosa y tramposa “Stage Fright” (1950), el director Alfred Hitchcock se topó con la novela “Strangers on a Train” de la escritora Patricia Highsmith, la cual tocaba algunos de los temas que tanto le fascinaban al realizador británico, como por ejemplo la dualidad del ser humano y la capacidad que tiene el hombre para dañar a quienes lo rodean. Hitchcock inmediatamente les ordenó a sus agentes que negociaran los derechos cinematográficos del escrito, con la precaución de que no mencionaran su nombre para no gastar más dinero del necesario. Finalmente se hizo de los derechos por solo 7.500 dólares, lo que irritó a la escritora una vez que supo quién era el hombre tras el trato. Con la esperanza de superar los fracasos que habían tenido sus producciones más recientes, Hitchcock contrató al guionista Whitfield Cook, con quien escribiría una adaptación de sesenta y cinco páginas. Sin embargo, si bien su trabajo con Cook había sido fructífero, al director le costaría encontrar a un escritor con la capacidad de emprender la complicada tarea de redactar el guión. Su primera opción sería Dashiell Hammett, conocido como uno de los creadores de la novela negra. Lamentablemente, los encuentros entre Hitchcock y el escritor terminaron siendo inexplicablemente saboteados por la negligencia de una secretaria.

Curiosamente, la realización del guión recaería en manos de otro de los padres de la novela negra, el formidable Raymond Chandler. Debido a que el contrato del escritor le autorizaba a trabajar en casa, Hitchcock tuvo que ir hasta allá para sus reuniones, las que gradualmente provocarían un sinfín de roces entre ambos creativos. Lo que más le irritaba a Chandler, era la insistencia del director de incluir sus indicaciones visuales en el guión. Tras una serie de fuertes discusiones y dos borradores de por medio, Hitchcock pidió que contrataran a otro escritor ante la inminente posibilidad de que la Warner Brothers cancelara la producción. Fue así como llegó Czenzi Ormonde, quien terminaría por borrar cualquier vestigio del trabajo realizado por Chandler. Una vez terminado el guión, comenzó el proceso de selección del elenco, el cual estaría conformado no solo por la actriz Ruth Roman, quien había sido impuesta nada menos que por Jack Warner (lo que molestó de sobremanera al realizador), sino que también por la hija de Hitchcock, Patricia. En cuanto a los roles protagónicos, para interpretar el papel del elegante psicópata, el británico contrató a Robert Walker, quien hasta ese entonces acostumbraba interpretar a personajes que representaban el prototipo del encantador chico americano, mientras que para el papel del joven tenista que aspira a convertirse en político, tras la imposibilidad de conseguir los servicios de William Holden, Hitchcock no tuvo más opción que contratar a Farley Granger, con quien ya había trabajado en “Rope” (1948).

En “Strangers on a Train”, Guy Haines es un famoso jugador de tenis profesional que mientras se encuentra viajando a bordo de un tren, es reconocido por un hombre llamado Bruno Antony, con quien entabla una amistosa conversación centrada principalmente en los aspectos de conocimiento público de su vida privada. Es en esta instancia que Guy le comenta a su “nuevo amigo” que desea divorciarse de Miriam (Kasey Rogers), su infiel y ambiciosa esposa, para contraer matrimonio con Anne Morton (Ruth Roman), la hija de un senador que pretende ayudarlo a comenzar una carrera en la política. Bruno por su parte, desea ver muerto a su padre quien no aprueba el desenfadado estilo de vida que ha estado llevando. Es entonces cuando Bruno decide contarle a Guy su idea del crimen perfecto; “¿Qué pasaría si dos hombres se ponen de acuerdo para intercambiar asesinatos, en los que la víctima no conozca personalmente a su victimario?” De esta forma comienza un peligroso juego del gato y el ratón, donde Bruno hará lo posible por lograr que Guy asesine a su padre, llegando incluso al punto de implicarlo en un crimen que no cometió, con el que amenaza destruir su vida por completo.

En algunas de sus cintas anteriores, particularmente en “Shadow of a Doubt” (1943), Hitchcock ya había explorado el concepto de la dualidad del ser humano, cosa que repite en este film. Durante el transcurso de la historia, el director incluye una serie de parejas cuyo único fin es reforzar esta idea de la dualidad de manera casi subliminal. Nos encontramos con dos respetables e influyentes padres, dos mujeres con gafas, y otras dos mujeres que en una fiesta se divierten enumerando ideas para ejecutar el crimen perfecto. También hay dos grupos de dos detectives en dos ciudades distintas, y dos viajes a la feria en la que ocurre el crimen que pondrá en problemas al personaje de Granger, entre un sinfín de otras cosas que se presentan en parejas. A su vez, Hitchcock se encarga de contrastar la naturaleza de las personalidades de la dupla protagónica. Mientras que Bruno es un hombre que vive en el "mundo de la oscuridad", sumergido bajo las sombras de la mansión gótica de su padre, Guy es alguien más cercano al "mundo de la luz", el cual está representado por sus partidos de tenis al aire libre, su atracción hacia los colores vivos y sus suntuosas cenas en Washington. Y es que básicamente las duplicidades que el realizador inserta en el film, sirven para asociar el orden y la vitalidad al “mundo de la luz”, y el caos, la locura y la muerte al “mundo de la oscuridad”, los que por supuesto no son mutuamente excluyentes.

Y es que es indudable que si bien Guy no está de acuerdo con la idea que le propone Bruno, y que este último decide llevar a cabo sin su consentimiento, en algún momento del film fantasea con la idea de asesinar a su esposa para así finalmente ser libre y llevar a cabo sus deseos y ambiciones. Básicamente, Guy y Bruno son las dos caras de una misma moneda, donde el primero representa el lado más tradicionalista de las personas, mientras que el segundo personifica los impulsos más básicos y anárquicos del ser humano. Otros de los temas importantes de la cinta y que ha sido ampliamente discutido, es el de la homosexualidad del personaje de Robert Walker. Debido a que en aquellos años el tema de la homosexualidad no era algo que se podía tratar abiertamente, Hitchcock utiliza una serie de simbolismos y sutilezas para establecer la orientación sexual de Bruno Antony. El mejor ejemplo de esto es la secuencia inicial en el tren, la cual sugiere una situación de conquista casual, donde Bruno se acerca de forma coqueta y seductora al lugar donde está Guy, con la intención de entablar una conversación con él, la cual terminará al interior de su compartimiento privado. Desde ese momento, Bruno siente una mezcla de admiración y atracción hacia Guy, que lo impulsará a intentar convertirse en su aliado, ayudándolo a resolver sus problemas de manera tal que este aprecie el esfuerzo que su nuevo “amigo” está haciendo por él, fortaleciendo el vínculo que supuestamente existe entre ambos.

Si bien tanto el tema de la dualidad como el de la homosexualidad de Bruno están presentes durante gran parte de la cinta, los momentos de mayor suspenso están dados por la representación de otro de los temas preferidos de Hitchcock: la persecución de un hombre injustamente acusado. Tras asesinar a Miriam, Bruno no hará más que empujar a Guy hacia un espiral de intrigas y falsas acusaciones, del que solo podrá salir con la ayuda de su novia y de la hermana de esta, Barbara (Patricia Hitchcock). La cinta juega con la posibilidad de que Guy termine aceptando la propuesta de Bruno, debido a que este último lo está chantajeando con implicarlo en el crimen, lo que no le deja demasiadas opciones al joven tenista. En el ámbito de las actuaciones, resulta destacable la labor tanto de Robert Walker, quien interpreta de manera magistral a este hombre por sobre todo siniestro y calculador, como la de Patricia Hitchcock, cuyo papel no solo termina siendo relevante dentro de la trama, sino que también se destaca por el hecho de que es quien dice varios de los diálogos más interesantes del film. Farley Granger por su parte, no realiza un trabajo del todo convincente, como tampoco lo realiza Ruth Roman, por lo que la labor de ambos es uno de los puntos más bajos de la producción. En cuanto al aspecto técnico de la cinta, esta cuenta con la estupenda banda sonora de Dimitri Tiomkin, y el magistral trabajo de fotografía de Robert Burks, quienes en conjunto construyen la atmósfera siniestra y opresiva que domina a la historia.

Pese a que “Strangers on a Train” es usualmente considerada entre los entendidos como uno de los mejores trabajos del realizador británico, suele caer dentro del grupo de sus obras menores principalmente por la escasa popularidad del elenco que participó en el film. No solo el director hace gala de su habilidad para crear imágenes impactantes, destacándose la lúgubre escena del asesinato y la inolvidable secuencia final, la cual involucra un carrusel girando a toda velocidad, sino que además se las arregla para mantener un ritmo narrativo vibrante, el cual se tornará casi frenético durante el último tramo del relato. La cinta no pretende ser un estudio psicológico de la mentalidad criminal ni de los límites de la ambición del hombre, pero de todas formas explora ciertos temas que en parte definían la compleja personalidad de Hitchcock, quien solía explorar sus demonios en cada uno de sus proyectos. Es quizás por esto que algunos de los segmentos de la historia poseen un cierto carácter onírico, lo que provoca que la experiencia resulte aún más espeluznante. Más allá de su aspecto técnico y temático, “Strangers on a Train” es una película entretenida, que ha envejecido de buena manera y que pone en evidencia la genialidad que siempre caracterizó a ese director llamado Alfred Hitchcock.

 

por Fantomas.

viernes, 20 de julio de 2012

The First Great Train Robbery: Sean Connery y su banda de ladrones victorianos.

“The First Great Train Robbery” (1979), es un film de aventuras del director Michael Crichton, el cual está protagonizado por Sean Connery, Donald Sutherland, y Lesley-Anne Down

Edward Pierce (Sean Connery) es un ladrón que concibe un plan para robar una fortuna en lingotes de oro del vagón de pago de una compañía de ferrocarriles. Para poder llevar a cabo el mayor robo de la historia, Pierce deberá aunar sus fuerzas con Agar (Donald Sutherland), un ladrón de cajas fuertes, y con Miriam (Lesley-Anne Down), su novia, quienes están conscientes de que están por llevar a cabo un plan tan descabellado como peligroso.

A mediados de la década del sesenta, bajo el seudónimo de John Lange, el escritor norteamericano de ciencia ficción Michael Crichton irrumpió en la escena literaria con la novela “Odds On”. Tras el éxito de sus primeras obras, en especial de “The Andromeda Strain”, la cual fue llevada a la pantalla grande en 1971, Crichton decidió probar suerte en el mundo del cine como director y guionista. Tras realizar “Westword” (1973) y “Coma” (1978), él comenzaría a adaptar una de sus novelas titulada, “The Great Train Robbery”. En dicho escrito, el autor relataba un hecho de la vida real usando seudónimos y un poco de imaginación; el asalto a un tren en movimiento ocurrido en el siglo diecinueve en Inglaterra, el cual en su interior transportaba una gran cantidad de oro equivalente a 12.000 libras esterlinas de la época. La historia del llamado “primer robo a un tren en movimiento”, sería rodada en Londres y Dublín por Crichton, quien tendría que enfrentarse a una serie de problemas de carácter económico y profesional. No solo se vio en la obligación de pedirles a algunos de los miembros del reparto que realizaran sus propias escenas de riesgo por no contar con el dinero suficiente como para contratar dobles (la mayoría del dinero se gastó en la construcción de los sets), sino que también tuvo que superar los prejuicios que tenían los equipos de filmación tanto de Londres como de Dublín, quienes mostraban poco respeto por el joven realizador. Obligado a demostrar su valía como director, Crichton no tuvo más remedio que enseñarle a sus compañeros de trabajo una copia de “Coma”, con lo cual finalmente se ganó su respeto y admiración.

La historia de “The First Great Train Robbery” se sitúa en el año 1855. El ejército británico está participando en la Guerra de Crimea. Para financiar dicho conflicto bélico, una vez al mes transportan en tren un valioso cargamento de oro desde Londres hasta Folkestone. Las autoridades a cargo de dicho transporte no pueden estar más satisfechas con todo el proceso; no solo el tren en movimiento ha demostrado ser prácticamente inexpugnable para los arriesgados ladrones que han intentado asaltarlo, sino que además para abrir la caja fuerte que contiene el botín se necesitan cuatro llaves, las que se encuentran repartidas entre los encargados de la estación de ferrocarriles y los delegados de un banco. Lo que parece ser un robo imposible, para el distinguido ladrón y estafador Edward Pierce no lo es tanto. Es por esto que pondrá en marcha un complejo plan en compañía de su novia y colega Miriam, un avezado ladrón y cerrajero llamado Agar, un guardia corrupto, y un prófugo de la justicia. Juntos tendrán que superar un sinnúmero de dificultades si es que quieren llevarse el cuantioso botín, incluyendo algunos desafortunados imprevistos de último minuto.


Como la parte más importante del plan es la obtención de las cuatro llaves que abren la caja fuerte, alrededor de dos tercios de la cinta giran en torno a las artimañas que Pierce y su banda deben realizar para obtenerlas. Y es que mientras que para conseguir las llaves que protegen los ejecutivos del banco, Pierce y compañía tendrán que utilizar sus habilidades como embaucadores profesionales, para obtener las otras dos que se encuentran en una de las oficinas de la compañía de ferrocarriles, y que están custodiadas por un par meticulosos guardias, no les quedará más remedio que preparar un metódico robo en el que necesitarán la ayuda de un habilidoso ladrón conocido bajo el apodo de “Clean Willy” (Wayne Sleep), que lamentablemente está encarcelado en una de las prisiones más seguras de Londres. Ya en el último tramo del film, la acción se concentra en la ejecución del arriesgado asalto a bordo del tren que viaja a 50 millas por hora, y en la resolución por parte de los protagonistas de algunos detalles de último minuto que amenazan con poner en riesgo toda la operación. Considerando lo complejo de todo el plan, Crichton es lo suficientemente sagaz como para preocuparse de exhibir de forma colorida y detallada cada uno de los pasos a seguir por Pierce y sus secuaces, con el fin de que no solo el espectador pueda participar de forma más activa en el robo, sino además para que este aprecie el ingenio y la tenacidad de este grupo de pintorescos criminales, lo que inevitablemente lo empujará a abogar por su causa.

Algo que llama inmediatamente la atención durante el visionado de la cinta, es la preocupación del director por retratar de la manera más fiel posible la Inglaterra victoriana. Crichton reconstruye de forma vivida la Era Industrial, no solo preocupándose de cada uno de los detalles de los sets y del diseño de vestuario, sino que también de los aspectos sociales que marcaron ese periodo. El realizador enfatiza las condiciones deshumanizantes existentes, la corrupción y la inequidad social, y además se asegura de contrastar la extrema pobreza de los barrios marginales con la ostentación de los sectores más acomodados. Esto no significa que “The First Great Train Robbery” presente un mensaje más profundo o algún tipo de comentario social; estos elementos son utilizados con el único objetivo de establecer una cierta de tendencia anti-sistema que ayude a que el espectador simpatice con el trío de antihéroes, aún cuando las motivaciones de estos son meramente egoístas y pese al hecho de que algunas de sus decisiones esquiven todo límite moral. Otro aspecto al que Crichton le da importancia, es al lenguaje y a los códigos utilizados por los criminales de la época. Con el fin de lograr ser lo más exacto posible a la hora de retratar los modismos y las costumbres del bajo mundo londinense del siglo XIX, el director se basó en muchos de los detalles descritos por el escritor Kellow Chesney en su libro “The Victorian Underworld”, el cual no era más que una descripción exhaustiva de los aspectos más sórdidos de la sociedad victoriana.


En el ámbito de las actuaciones, Sean Connery realiza un estupendo trabajo personificando a este ladrón ambicioso, educado y sagaz, con un retorcido sentido del humor y un coraje a toda prueba. El actor además tiene el mérito de haber realizado la totalidad de las escenas de riesgo a bordo del tren en movimiento, lo que provocó la ira de su esposa Micheline Roquebrune. Al mismo tiempo, Connery tiene una química impresionante con Lesley-Anne Down, quien en uno de los mejores roles de su carrera interpreta a una estafadora versátil con una fidelidad a toda prueba, que si bien desea hacerse con el dinero, su mayor preocupación es poder construir una vida junto a su amado socio. Por último cabe destacar la labor de Donald Sutherland, quien no solo logra que su personaje se complemente de buena manera con el personaje de Connery, sino que también asume la responsabilidad de aportar  unas buenas dosis de comedia a todo el asunto. Por otro lado, el film cuenta con el magnífico trabajo de fotografía de Geoffrey Unsworth, y con la atmosférica banda sonora del siempre confiable Jerry Goldsmith, cuyas composiciones cobran especial importancia en la secuencia del asalto al tren, otorgándole un carácter casi épico a la misma.

Es evidente que gran parte del mérito de que la cinta funcione de la forma en la que lo hace es de Michael Crichton. Él fue lo suficientemente inteligente como para incluir en la adaptación de su novela unas buenas dosis de comedia y una rica descripción del período victoriano, lo que le valió en 1980 el premio Edgar Allan Poe a la mejor película. “The First Great Train Robbery” no es una cinta profunda ni una obra maestra a la cual la gente suele referirse cuando se habla acerca de historias de grandes robos, sino que más bien es una producción modesta que entrega precisamente lo que promete; cerca de dos horas de entretención y sorpresas de la mano de un director capaz y un elenco notable. Por las virtudes antes descritas y por la inclusión de algunas vueltas de tuerca que evitan que la trama se vuelva demasiado predecible, es justo mencionar que quizás esta producción no solo es una de las mejores películas de Crichton, sino que también es uno de los mejores trabajos del siempre carismático Connery.

                     

por Fantomas.

miércoles, 11 de julio de 2012

Burt Lancaster: Un acróbata en Hollywood.

Burton Stephen Lancaster nació el 2 de noviembre de 1913, en Manhattan, Nueva York. Criado en el seno de una modesta familia de inmigrantes irlandeses compuesta por Elizabeth Roberts, James Henry Lancaster y sus cuatro hijos, el futuro actor pasó gran parte de su infancia jugando en las calles de East Harlem, al mismo tiempo que trabajaba lustrando zapatos y vendiendo periódicos para poder ayudar a su familia. Durante su adolescencia, comenzaría a desarrollar un marcado interés por la gimnasia, lo que lo llevaría a formar parte del equipo de basquetbol de la Escuela Secundaria DeWitt Clinton. Además de su gusto por el deporte, Lancaster era un ávido lector y un fanático de los films de aventuras de Douglas Fairbanks. Tanto era así, que a menudo utilizaba el living de su hogar para mostrarle a su familia lo que había visto en la pantalla grande. Sin embargo, jamás pensó en convertirse en un actor. Él deseaba ser cantante de ópera, pero cuando entró a la pubertad los cambios en su voz echaron por la borda su sueño. Lamentablemente, un poco antes de graduarse de la secundaria, su madre murió a causa de una hemorragia cerebral. Tras superar esta dolorosa pérdida, Lancaster ingresó a la Universidad de Nueva York gracias a una beca deportiva, con la intención de convertirse en profesor de educación física. Sin embargo, pronto cambiaría la universidad por la acrobacia, y junto a su amigo Nick Cravat se unirían al Circo de los Hermanos Kay como trapecistas bajo el nombre de “Lang y Cravat”. “Es una gran vida”, declaró alguna vez cuando se le preguntó por su etapa circense, la cual a su pesar tuvo que abandonar en 1939 luego de sufrir una grave lesión. Luego trabajaría por un tiempo como vendedor y como mesero cantante, para terminar en 1942 enlistándose en el ejército para participar en la Segunda Guerra Mundial.

Lancaster formaría parte de la División de Servicios Especiales, grupo militar encargado de seguir a las tropas de infantería con el fin de subirles la moral. También participó en el quinto batallón del General Mark Clark, el cual estuvo estacionado en Italia de 1943 a 1945. A su regreso a los Estados Unidos, mientras se encontraba visitando a su familia en Nueva York, fue invitado a participar en la audición de la obra de Broadway, “A Sound of Hunting”, lo que lo llevó a obtener un rol en la misma. Si bien la producción solo permaneció tres semanas en cartelera, la actuación del acróbata retirado llamó la atención del agente de Hollywood Harold Hecht, quien le presentó al productor Hal Wallis que finalmente contrataría a Lancaster para trabajar en la cinta “The Killers” (1946), la cual estaba basada en una historia de Ernest Hemingway. El ahora actor de 32 años, rápidamente saltó a la fama gracias a su atractivo físico y a su apariencia de tipo rudo, lo que le permitiría obtener roles protagónicos en los films “Brute Force” (1947) y “I Walk Alone” (1948). En 1946, Lancaster se divorciaría de June Ernst, su primera esposa, con la que contrajo matrimonio en 1935, para casarse con la enfermera Norma Anderson, con quien tendría cinco hijos. El éxito que logró con sus primeros trabajos, lo llevó a buscar papeles más diversos como el del ambicioso esposo del personaje de Barbara Stanwyck en “Sorry, Wrong Number” (1948), y el del doctor alcohólico en “Come Back, Little Sheba” (1952). Para ese entonces, Lancaster había incursionado en el mundo de la producción, convirtiéndose en uno de los primeros actores en establecer su propia productora (fundada en sociedad con el agente Harold Hecht), la cual en un inicio se llamaría Norma Production, para luego cambiar a Hecht-Hill-Lancaster tras la inclusión del guionista James Hill a la sociedad.


La primera cinta producida por la compañía de Lancaster sería “Kiss the Blood Off My Hands” (1948), a la cual le seguiría el film de aventuras “The Flame and the Arrow” (1950), el cual sirvió para que el actor exhibiera sus habilidades acrobáticas. Cabe mencionar que tanto en esta producción como en “The Crimson Pirate” (1952), Lancaster pudo reunirse con su viejo amigo Nick Cravat (con quien trabajaría en nueve largometrajes), el cual por lo general interpretaría roles secundarios que requerían de una gran habilidad física. La obra culmine de la compañía productora del actor sería la cinta “Marty” (1955), un drama de bajo presupuesto protagonizado por Ernest Borgnine, el cual estaba basado en un telefilme de Paddy Chayefsky. Este modesto film se convirtió en un éxito de taquilla y obtuvo cuatro premios Oscar, incluyendo el de mejor película. En cuanto a Lancaster, el punto más alto de su carrera llegaría de la mano del rol del Sargento Milt Warden en el largometraje “From Here to Eternity” (1953). Su participación en la cinta ganadora de ocho premios Oscar no solo le valió su primera nominación de la Academia, sino que además estampó en la memoria colectiva la famosa escena de amor en la playa entre el personaje de Lancaster y el de Deborah Kerr. Muchos años después, uno de los hijos del actor aseguró que este había tenido una relación sentimental con su coestrella, lo que fue desmentido por la misma Kerr, quien solo admitió que existía una atracción mutua entre ella y su colega.

Ya para aquel entonces, Lancaster era conocido por ser un actor de carácter difícil. Su mala fama se había comenzado a gestar durante la filmación de “The Killers”, a causa de los dichos del productor Mark Hellinger quien en una ocasión comentó: “Ese chico ha hecho una película y ya cree que sabe más que todos los que estamos en el set”. Su forma de ser inevitablemente lo llevaría a probar suerte como director, debutando con el film “The Kentuckian” (1955). La experiencia no le resultaría demasiado agradable, por lo que solo la repetiría veinte años después en la cinta “The Midnight Man” (1974). Al año siguiente Lancaster viajó a Europa para rememorar sus tiempos como acróbata en “Trapeze” (1956), para luego protagonizar junto a Katherine Hepburn el drama “The Rainmaker” (1956). En aquella época, era común ver a Lancaster trabajar junto a actores consagrados, demostrando su estatus de estrella. Por ejemplo, en “Run Silent, Run Deep” (1958) su coestrella era nada menos que Clark Gable, mientras que en “Gunfight at the O.K. Corral” (1957) trabajó junto a Kirk Douglas. Si bien ambos actores habían compartido escena varios años antes en el film “I Walk Alone”, fue durante el rodaje del western que se hicieron amigos. “Él intentaba decirme como debía actuar”, diría Lancaster refiriéndose a Douglas. “Yo le dije a él como debía actuar. Fue de esta suerte de disputa amable que nació nuestra amistad la cual estaba basada en el respeto mutuo”.


Durante los años venideros, la dupla que había demostrado tener una gran química dentro y fuera de la pantalla, colaboró en un puñado de cintas entre las que se encuentran “The Devil´s Disciple” (1959), “Seven Days in May” (1964) y “Tough Guys” (1986). Su excelsa interpretación de un ambicioso columnista de chismes en el film “Sweet Smell of Success” (1957), sería una suerte de aviso de lo que estaba por venir para el actor. En 1960, su compañía productora se encontraba lidiando con algunos problemas económicos, pero de todas formas fue capaz de sacar adelante la cinta “Elmer Gantry” (1960), donde Lancaster interpreta a un predicador con una marcada inclinación hacia las mujeres y el whisky. Dicho rol le valió el Oscar al mejor actor, y con el paso de los años se convirtió en su papel más recordado. Cuando en una ocasión le pidieron explicar cómo había desarrollado el personaje, Lancaster respondió: “En Elmer Gantry no estaba actuando. Era yo quien aparecía en la pantalla”. Su próximo film, “The Young Savages” (1961), le serviría principalmente para establecer una duradera relación laboral con el director John Frankenheimer, con quien trabajaría en cuatro producciones más (“Birdman of Alcatraz”, “Seven Days in May”, “The Train”, y “The Gypsy Moths”). Por otro lado, en “Judgment at Nuremberg” (1961), el actor no solo haría gala de su calidad interpretativa sino que también de su mal temperamento. Durante gran parte del rodaje, Lancaster tuvo una serie de problemas con Maximillian Schell, quien curiosamente interpretaba al antagonista de su personaje en el film.

Durante ese mismo periodo, el actor tuvo un bullado episodio de furia durante el programa de televisión del periodista Mike Wallace. En vez de soportar con calma las preguntas que hacían referencia a su mal temperamento, Lancaster se retiró furioso del estudio para nunca regresar. En 1963, el actor viajó a Italia para formar parte de la cinta “Il Gattopardo” sin saber que la única razón por la cual el director Luchino Visconti lo había elegido como protagonista era para lograr que la 20th Century Fox financiara el proyecto. Aunque la relación entre ambos fue tensa en un principio, pronto el actor se ganaría el respeto del realizador llegando incluso a convertirse en amigos. Es por esto que no resulta extraño que casi una década después, Lancaster protagonizara otra cinta de Visconti titulada “Gruppo di famiglia in un interno” (1974). Para poder participar en proyectos menos comerciales como “Il Gattopardo” y la subvalorada “The Swimmer” (1968), el actor en más de una ocasión optó por aceptar roles en films que él consideraba verdaderas “basuras”. De hecho, ese fue su veredicto a la hora de catalogar “Airport” (1970), producción que puso de moda las “cintas de desastres”. Su desencanto con la industria lo llevó a participar en diversos proyectos, como por ejemplo en la obra teatral “Knickerbocker Holiday”, donde llamó la atención su interpretación de la canción “September Song”. Igual de llamativa sería su participación en el programa “Sesame Street”, donde se encargó de recitar el alfabeto.


Durante la década del setenta, la carrera del envejecido actor comenzó a experimentar un franco declive, obligándolo a aceptar roles secundarios y a participar cintas que no tenían suficiente atractivo comercial. Entre sus trabajos más destacables de este periodo se encuentran “Executive Action” (1973), film que explora los intereses económicos ocultos tras la muerte del Presidente John F. Kennedy, y el western de Robert Aldrich, “Ulzana´s Raid” (1972). De la mano del mismo Aldrich, Lancaster protagonizaría la cinta “Twilights Last Gleaming” (1977), la cual criticaba en duro términos a la Guerra de Vietnam. En cierto modo, el mensaje de la película no era más que la extensión de las ideas del actor. Durante gran parte de su vida, Lancaster fue un participante activo de un buen número de movimientos liberales, por lo que frecuentemente salía en defensa de las minorías raciales y sexuales (lo que no resulta extraño, dado que por años se ha mantenido que el actor era bisexual). De hecho, en 1985 se unió a una importante campaña en contra del SIDA luego que su amigo cercano y colega, Rock Hudson, contrajera la enfermedad. De la misma manera, mostró abiertamente su rechazo a la Guerra de Vietnam y a movimientos como el Macartismo, y apoyó en varias ocasiones a candidatos demócratas.

Pese a que para la segunda mitad de la década del setenta su nombre ya no tenía mucho peso comercial, de todas formas sus servicios seguían siendo requeridos. Para ese entonces, lo único que le importaba a Lancaster era encontrar proyectos que le resultaran atractivos o desafiantes, al punto que participó gratis en la cinta de Bernardo Bertollucci, “Novecento” (1976), y llegó a desembolsar 150.000 dólares solo para asegurar que el film “Go Tell the Spartans” (1978) pudiese ser completado. Los ochenta comenzarían de buena manera para Lancaster, quien recibió una nueva nominación al Oscar por su papel en la película “Atlantic City” (1980), del director Louis Malle. Lamentablemente, para aquel entonces el estado de salud del actor no era de lo mejor. A causa de la arterioesclerosis que lo aquejaba, en 1980 tuvo serias complicaciones durante una cirugía cuyo propósito era removerle la vesícula biliar. Al poco tiempo después, mientras participaba en el film “Cattle Annie and Little Britches” (1981), el actor sufrió dos infartos cardíacos que obligaron a su equipo médico a realizarle un bypass cuádruple de emergencia. Si bien todo esto lo obligó a buscar trabajo en el medio televisivo, el cual era bastante menos exigente, no impidió que en 1988 acudiera a una sesión en el Congreso junto a otros actores como Jimmy Stewart y Ginger Rogers, con la intención de protestar contra el plan del magnate Ted Turner que pretendía colorear varias producciones rodadas en blanco y negro durante las décadas del treinta y del cuarenta.


Tras trabajar en varias series de televisión y en algunas cintas mediocres, Lancaster participó en el film “Field of Dreams” (1989), el cual se convertiría en la última entrada de su carrera cinematográfica. En cuanto a su trabajo en televisión, el actor se despediría con el telefilme “Separate but Equal” (1991). En 1990, Lancaster sufrió un grave accidente cerebrovascular que paralizó parte de su cuerpo y le afectó el habla. Ese mismo año, contrajo matrimonio con la productora televisiva Susan Martin, quien lo acompañó hasta el momento de su muerte. El actor fallecería el 20 de octubre de 1994, a causa de un infarto cardíaco, a los 80 años de edad. Locutor de radio, showman en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial, actor teatral, productor, director, y finalmente estrella de cine, Burt Lancaster supo cimentar su carrera superando el hecho de ser un actor autodidacta, ganándose la aceptación del público y la crítica, lo que lo llevó a convertirse en una de las grandes estrellas hollywoodenses de todos los tiempos. Y es que la frescura que desprendía Burt Lancaster en la pantalla grande y la humanidad con la que dotó a sus personajes, permanece intacta hasta el día de hoy en cada una de las películas en las cuales participó.

 

por Fantomas.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...