martes, 19 de junio de 2012

One, Two Three: ¡Sitzen machen!

“One, Two, Three” (1961), es una comedia del director Billy Wilder, la cual está protagonizada por James Cagney, Horst Buchholz, y Pamela Tiffin.

C.R. MacNamara (James Cagney) es el representante de una multinacional de refrescos en Berlín Occidental, quien busca convertirse en el jefe de operaciones de la compañía en Europa. Sin embargo, sus sueños se ponen en peligro cuando su jefe le encarga cuidar a su hija Scarlett (Pamela Tiffin), una díscola y alocada joven que tras eludir su vigilancia, se enamora de Otto Piffl (Horst Buchholz), un joven comunista que vive al otro lado de la cortina de hierro.


En el año 1928 en Berlín, Billy Wilder tuvo la oportunidad de ver la frenética obra teatral “Ein, zwei, drei”, del dramaturgo húngaro Ferenc Molnar, en la que un banquero parisino llamado Norrison debe lidiar con Lydia, la hija de uno de sus clientes más importantes, quien tras casarse en secreto con Anton, un rabioso taxista socialista, queda embarazada de este. Temiendo la reacción del padre de la chica, Norrison no tendrá más remedio que convertir a Anton en un falso aristócrata en un tiempo record, ante la inminente llegada del poderoso empresario. Tras preguntarse qué pasaría si la historia de Molnar se trasladara al Berlín de la Guerra Fría, Wilder en compañía de I. L. A. Diamond comenzaron a escribir un guión donde Norrison se convirtió en C.R. MacNamara, el representante de la Coca-Cola en la ciudad germana, quien eventualmente se convierte en la figura principal de una hilarante lucha ideológica. Aunque la conocida compañía de refrescos juega un rol primordial en la historia, la verdad es que Wilder algunos años antes había declarado que no le gustaba dicha bebida de fantasía, ya que consideraba que tenía gusto a “neumáticos quemados”. La verdad es que uno de los motivos que llevó al director a utilizar el nombre de dicha compañía, fue su reticencia a utilizar nombres de empresas ficticias, ya que esto era equivalente a “tirar la credibilidad de la cinta por la ventana”. Por otro lado, tras estrenar “Love in the Afternoon” (1957), cinta en la que el personaje de Gary Cooper trabaja en la Pepsi-Cola, Wilder le prometió a los ejecutivos de la Coca-Cola Company que algún día haría un film centrado en un trabajador de su compañía, con fin de establecer una suerte de equilibrio comercial entre ambas empresas. 

El relato se ambienta uno o dos meses después del cierre de la Puerta de Brandeburgo. C.R. MacNamara es un hombre completamente dedicado a la compañía en la cual trabaja, y cuya principal ambición es obtener el puesto de jefe de operaciones de la Coca-Cola en Europa. Para lograr esto, durante el último tiempo ha estado manteniendo relaciones comerciales con Peripetchikoff (Leon Askin), Borodenko (Ralf Wolter), y Mishkin (Peter Capell), tres representantes soviéticos que han mostrado interés en introducir el afamado refresco a los pueblos situados tras la cortina de hierro. Si bien la idea parece prometedora, pronto pasará a segundo plano cuando Mac recibe una llamada de su jefe en Atlanta, quien le pide que cuide a su hija Scarlett durante un par de semanas mientras esta recorre Berlín. Lamentablemente para MacNamara, actuar como niñera de la joven resultará mucho más difícil de lo que él pensaba, lo que tendrá como consecuencia que ella termine contrayendo matrimonio con Otto Piffl, un joven comunista que reside en Berlín Oriental, y que desprecia todo aquello relacionado a la doctrina capitalista. Con la inminente llegada de los padres de Scarlett, MacNamara se verá obligado a encontrar una rápida solución para sus problemas, los cuales parecen acrecentarse con cada minuto que pasa, y que eventualmente lo llevarán a cruzar la cortina de hierro en una alocada misión de rescate.

 

La situación económica y social de la época se presta para que Wilder exponga una serie de contrastes, siempre desde el prisma de la comedia. Por ejemplo, la situación de MacNamara y su familia dista bastante de la galería de personajes de la Alemania derrotada que los rodean; mientras que su esposa Phyllis (Arlene Francis) planea una vacaciones con sus hijos en la bella Venecia, gran parte de los trabajadores de la compañía aún siguen condicionados por el temor a la marcialidad nazi, lo que los lleva a tratar a MacNamara con una reverencia extrema. En ese sentido se destaca Schlemmer (Hanns Lothar), la mano derecha del protagonista, quien se ha convertido en un esbirro del capitalismo, al mismo tiempo que intenta por todos los medios ocultar su oscuro pasado como oficial de la Gestapo del cual claramente se avergüenza. Por otro lado hay una serie de personajes cuya única preocupación es su propia supervivencia (la secretaria Ingeborg y Fritz, el chofer), lo que los empuja a participar en cada una de las alocadas ideas de MacNamara, a sabiendas de los beneficios económicos que estas conllevan. Esta línea de acción por parte del protagonista, es lo que utiliza Wilder para exponer los inconvenientes del sistema capitalista. Son tales las ansías de MacNamara de ascender y mejorar aún más su estilo de vida, que incluso intenta sobornar al trío de emisarios soviéticos ocupando como pago a su bella secretaria (lo que expone la concepción de la mujer como bien de consumo existente en las sociedades capitalistas), con tal de que estos le ayuden a rescatar Otto Piffl de las garras de la policía de Berlín Este, quien ha retenido al joven debido a una trampa maquinada un par de horas antes por el mismo Mac.

Sin embargo, Wilder no se conforma con apuntar los defectos del sistema capitalista, sino que además retrata con acidez el ideario comunista. Es aquí donde cobra importancia Otto. El joven, miembro activo del partido comunista cuya ideología sigue con orgullo, termina enamorándose de una chica que es la viva representación del capitalismo, la que eventualmente lo arrastrará a una conversión obligada de la mano de MacNamara y compañía, durante la cual se exhibe un violento contraste entre el idealismo del joven y el pragmatismo del protagonista. Es precisamente durante este tramo de la cinta que la acción adquiere un ritmo impensado, el cual se ve coronado con la aparición de una serie de personajes que desfilan a sus anchas por las oficinas de la Coca-Cola, mientras intentan convertir al incorregible joven en un falso aristócrata alemán. Resulta curioso el hecho de que la “capitalización” de Otto primero ocurra por la fuerza, y que luego por voluntad propia termine citando, sin saberlo, la constitución americana. Esto no hace más que reflejar el escepticismo que le provocaban a Wilder ambos sistemas políticos, lo cual ya lo había expresado varios años antes en la cinta “Ninotchka” (1939), cuyo guión es de su autoría. Otto Piffl, al igual que Ninotchka, tras pasar gran parte de su vida siendo bombardeado por las ideas de la doctrina comunista, termina descubriendo que el capitalismo no es tan malo como creía cuando entabla un romance con alguien proveniente de un país capitalista.

 

Por momentos, la cinta enfatiza su naturaleza caricaturesca, en especial durante la aventura de MacNamara y compañía en Berlín Este. En medio de las negociaciones con los representantes soviéticos al interior del comedor de un hotel de la ciudad, su secretaria se pone a bailar encima de la mesa al ritmo de la música interpretada por una pequeña orquesta que se encuentra en el lugar, lo que no solo provoca la reacción desmesurada de los soviéticos quienes están embobados con los encantos de la joven, sino que además desata una serie de caóticas situaciones más propias del humor slaptick. Igual de caricaturesca es la persecución automovilística que ocurre luego de que los soviéticos descubren que han sido engañados por MacNamara, quien ahora trata desesperadamente de regresar a Berlín Oeste junto con un “torturado” Otto, quien ha sido sometido a los horrores de la música pop norteamericana de la época. El hecho de que Wilder decida trabajar en base a estereotipos y caricaturice cada uno de los elementos del film, provoca que inevitablemente los personajes sean en su gran mayoría unidimensionales, y que cada uno de ellos presente un guiño específico que es vital para el juego cómico que se desarrolla de manera constante durante todo el transcurso de la cinta. Todo esto funciona a la perfección en gran medida por el estupendo trabajo del elenco involucrado. Más allá de la extraordinaria actuación de Cagney, cuyos dotes para la comedía quedan absolutamente demostrados, se destaca la labor de Pamela Tiffin, cuyo personaje, el cual es algo molesto a ratos, representa a cabalidad la frivolidad que parece reinar en el sistema capitalista. También es destacable la labor de Arlene Francis, quien a lo largo de la película mediante una serie de irónicos diálogos, se transforma en la voz de la conciencia del protagonista, convirtiéndose en el motor de varias de las situaciones claves del relato. 

Por otro lado, la cinta cuenta con la estupenda banda sonora de André Previn, que complementa de forma perfecta las imágenes de una historia que corre a mil por hora, y el impecable trabajo de fotografía de Daniel L. Fapp. “One, Two, Three” es una película que no hace más que reflejar la genialidad de Billy Wilder, quien construye de manera perfecta una cinta que hasta el día de hoy mantiene intacta su capacidad para hacer reír al espectador, y que realiza una dura crítica a ambos bloques sin la necesidad de ofender a nadie, lo que a mi gusto la convierte en una joya subvalorada del director (cuyo gag final, dicho sea de paso es brillante). Como dato curioso, no todo fue diversión durante el rodaje de este film. James Cagney tuvo varios problemas tanto con Billy Wilder como con Horst Buchholz. Mientras que al primero lo consideraba un jefe bastante molesto, principalmente por el hecho de que lo hizo repetir una escena más de cuarenta veces, porque no podía evitar equivocarse en una línea de dialogo, al segundo lo detestaba porque consideraba que el joven actor ocupaba cada oportunidad que tenía para robar cámara. Fue tal la frustración que le provocó su colega, que Cagney escribiría en su autobiografía: “Horst Buchholz realizó una serie de artimañas para robar cámara, y yo tenía que depender de Billy Wilder para que corrigiera a este chico. Si Billy no lo hubiese hecho, habría sentado de un golpe a Buchholz, lo cual habría hecho feliz de la vida en varios puntos del rodaje”. Finalmente fue tan desagradable la experiencia para James Cagney, que decidió retirarse de la actuación durante 20 años, hasta que aceptó participar en “Ragtime” (1981), la cual sería su última aparición en la pantalla grande.

 

por Fantomas.

2 comentarios:

Mara Miniver dijo...

Me encanta esta película!!! Me han entrado muchas ganas de volverla a verla leyendo tu entrada. No tenía ni idea de la nefasta experiencia de Cagney, pobre.

Un saludo

Gise Lavadenz dijo...

Que buena reseña!!! Me tincó demasiado la película...
EXIJO VERLA!!!! ;)

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...