miércoles, 22 de octubre de 2014

An American Werewolf in London: Cuidate de la luna.

“An American Werewolf in London” (1981), es un film de terror del director John Landis, el cual está protagonizado por David Naughton, Jenny Agutter y Griffin Dunne.

David Kessler (David Naughton) y Jack Goodman (Griffin Dunne) son dos jóvenes estadounidenses que, con sus mochilas a la espalda, pretenden pasar tres meses recorriendo Europa. Sin embargo, mientras se encuentran de paso en un pequeño pueblo inglés, son atacados por una incontrolable bestia salvaje. Lo que es aún peor, es que aparentemente las personas que mata esa criatura se convierten en muertos vivientes que deben vagar por la Tierra eternamente, mientras aquellos que escapan con vida, se ven enfrentados a un destino que solo los puede llevar a su propia perdición.

 

A mediados de la década del sesenta, John Landis se encontraba en Europa trabajando como doble de riesgo en diversos Spaghetti Western. Fue entonces cuando empezó a jugar con la idea de realizar una cinta de horror centrada en el mito de la licantropía. Con esto en mente, mientras se encontraba trabajando en la entonces Yugoslavia como asistente de producción en el film “Kelly´s Heroes” (1970), Landis comenzó a delinear el concepto que más tarde se convertiría en “An American Werewolf in London”. Según el mismo Landis, en aquella época mientras se encontraba viajando por Yugoslavia, se topó con un grupo de gitanos los cuales aparentemente estaban realizando una suerte de ritual para que un hombre al cual estaban enterrando no se “levantara de su tumba”. Con la premisa de un hombre que se ve obligado a confrontar una maldición que involucra un contacto cercano con los no muertos, Landis escribió un borrador que sería archivado por más de una década, ya que no contaba con el suficiente respaldo financiero para llevar a cabo el proyecto. Tras el debut de Landis como director en la cinta “Schlock” (1973), el realizador se convirtió en una figura de culto, lo que le permitió rodar las exitosas comedias “The Kentucky Fried Movie” (1977), “National Lampoon´s Animal House” (1978) y “The Blues Brothers” (1980). Gracias a esto, a principios de la década del ochenta Landis logró asegurar diez millones de dólares para su tan ansiado proyecto, aun pese a que los inversionistas pensaban que el guión del director era demasiado aterrorizante para ser una comedia, y demasiado gracioso para ser un film de horror.

En “An American Werewolf in London”, David y Jack son dos estudiantes norteamericanos que se encuentran viajando por Europa. Al comienzo de su excursión por las comunidades rurales del norte de Gran Bretaña, la dupla llega a un pequeño pueblo de East Proctor donde se encuentran con un pub local que presenta un peculiar pentagrama pintado en una de sus paredes. Tras enfrascarse en una extraña discusión con algunos lugareños, los jóvenes deciden irse del establecimiento al mismo tiempo que se escucha un escalofriante aullido a la distancia. Mientras caminan por los páramos, son atacados por una bestia que parece ser un lobo de gran tamaño, la cual asesina a Jack y hiere gravemente a David. Tres semanas más tarde, David despierta en un hospital de Londres absolutamente confundido y atemorizado. Para colmo, comienza a tener una serie de vívidas y violentas pesadillas, en las que se ve corriendo desnudo a través de un bosque, solo para terminar devorado un venado crudo. Con el correr de los días, David entabla un romance con una enfermera llamada Alex Price (Jenny Agutter), quien decide recibir al joven en su apartamento una vez que este es dado de alta del hospital. Como si todo no fuese lo suficientemente complicado, de manera imprevista David es visitado por el decadente cadáver de Jack, quien le advierte a su amigo que durante la próxima luna llena va a convertirse en un lobo. Lo que es aún peor, es que Jack le asegura a David que él debe suicidarse para así salvar la vida de futuras víctimas inocentes y terminar con la maldición del hombre lobo, lo que le permitirá a Jack descansar en paz.

 

En gran medida, “An American Werewolf in London” se asemeja bastante a “The Evil Dead” (1981), del director Sam Raimi. Ambas producciones resultan ser extrañamente reflexivas, y poseen un número considerable de guiños dirigidos a los fanáticos del cine de terror. Sin embargo, mientras que el film de Raimi apuntaba a un nicho bastante específico, Landis optó por crear una cinta que buscaba poseer un atractivo comercial que traspasara las barreras del género del horror. Al mismo tiempo, “An American Werewolf in London” se caracteriza por exhibir una total convicción de que los licántropos son verdaderos íconos cinematográficos, la cual se plasma en los maravillosos e impresionantes efectos especiales creados por Rick Baker, los cuales son una de las principales razones por las que el film rápidamente se convirtió en un clásico del género. Lo que resulta aún más interesante, es que una vez que la historia se traslada a Londres, esta se convierte en un peculiar pero incompleto estudio de la culpa, el amor, y el costo psicológico y emocional de las transformaciones corporales. Para David es imposible no sentir remordimiento por el fallecimiento de su amigo Jack, menos aun cuando este regresa constantemente para recordarle su falta de compañerismo. Dicho sea de paso, la progresiva involución de Jack en un cuerpo putrefacto es uno de los mejores gags del film. Con respecto a esto último, según el estudioso Robin Wood en su libro “Hollywood from Vietnam to Reagan… and Beyond”, el tema central de “An American Werewolf in London” es la imposibilidad de la relación entre David y Jack. Y es que además de la putrefacción continua del cuerpo de Jack y de su calidad de no muerto, tras su salida del hospital, el protagonista decide cambiar a su amigo por Alex, quien no solo se convierte en su interés amoroso, sino que además se alza como una figura prácticamente maternal para el cada vez más confundido David.

Cuando el protagonista se transforma por primera vez en un lobo, en la que dicho sea de paso es la escena más memorable del film, la trama refleja una evidente preocupación tanto por el estado psicológico de David, como por las víctimas que cobrará una vez completa su metamorfosis. Es así como la cinta se sumerge en los horrores provocados por el incontrolable accionar instintivo de David, dando paso a escenas tan efectivas como la desarrollada en una desierta estación de metro londinense, donde Landis utiliza la cámara subjetiva para crear una palpable sensación de amenaza, la cual es complementada con una toma en primer plano de la reacción de un aterrorizado hombre de negocios. Eventualmente, el film alcanza un curioso momento reflexivo al interior de un cine para adultos. David se ve obligado a encarar a todas sus víctimas, muchas de las cuales le ofrecen diversas sugerencias de cómo debe terminar con su vida, y por ende con la maldición de la cual todos son prisioneros, al mismo tiempo que una cinta pornográfica es proyectada en la pantalla del establecimiento. Minutos más tarde, ya en el trágico y abrupto clímax del film, existen pequeños guiños que indican que posiblemente David en su estado animal, aún conserva parte de su consciencia. Sin embargo, eso lamentablemente no impide que sus instintos primarios y salvajes lo guíen hasta su inevitable perdición.

 

Aun cuando “An American Werewolf in London” posee un puñado de momentos memorables, adolece de una serie de problemas que minan su efecto en la audiencia. Por ejemplo, la irregular labor interpretativa de David Naughton impide que el espectador demuestre demasiado interés en el dilema moral y psicológico en el que se encuentra. Tampoco resulta sencillo interesarse en la relación amorosa que el protagonista establece con Alex, ya que la participación de esta última eventualmente termina diluyéndose al punto que su presencia no aporta demasiado al desarrollo de la trama. Al mismo tiempo, la cinta presenta claras contradicciones en relación a la visión original del realizador. En una entrevista otorgada a la revista Fangoria en el año 1981, Landis aseguraba que su intención era tomar una fantasía sobrenatural genuina, en este caso la licantropía, y convertirla en algo real, que pudiese suceder en la sociedad contemporánea. Lamentablemente para el director, la caricaturización de personajes como la pareja de policías a cargo de investigar la agresión sufrida por David y sus posteriores asesinatos, o del Doctor Hirsch (John Woodvine), responsable de seguir la progresión médica del joven; lo artificiales que resultan ser algunos escenarios, y el final abrupto, anticlimático y arbitrario del film, impiden que el espectador logre ver la historia como algo más que una violenta y surreal fantasía contemporánea.

Dentro de los puntos altos de la cinta se encuentran el ya mencionado trabajo de Rick Baker, que le valió un premio Oscar; la climática banda sonora compuesta por Elmer Bernstein, la cual es complementada con algunas canciones pop como “Blue Moon” de Sam Cooke, “Moondance” de Van Morrison, y “Bad Moon Rising” de Creedence Clearwater Revival, las cuales funcionan como irónicos puntos de contraste tonal en relación a las imágenes presentes en el film. También resulta necesario destacar el atmosférico trabajo de fotografía de Robert Paynter, y la labor actoral de Griffin Dunne, quien indiscutiblemente interpreta al mejor personaje de la película. Si bien “An American Werewolf in London” es sin lugar a dudas un clásico del género, por momentos parece ser una producción inacabada, como si el director John Landis hubiese gastado toda su energía en diseñar diversos golpes de efecto, para luego dejar de lado cosas tan importantes como las transiciones dramáticas, el desarrollo de personajes, o un final más apropiado. Todo lo previamente expuesto provoca que “An American Werewolf in London” sea una bestia extraña e imperfecta, la cual termina conquistando al espectador pese a sus falencias básicamente porque Landis logra imprimir con éxito su infeccioso amor y entusiasmo por el género del horror en el film, y en específico por el atractivo mito de la licantropía.


por Fantomas.

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