“Strangers on a Train” (1951), es un thriller del director Alfred Hitchcock, el cual está protagonizado por Farley Granger, Robert Walker y Ruth Roman.
Guy Haines (Farley Granger) es un famoso tenista que quiere iniciarse en la política, y que de hecho está saliendo con la hija de un senador. El problema es que su molesta esposa no quiere darle el divorcio. Sin embargo, durante un viaje en tren, Guy conoce a un carismático hombre llamado Bruno Antony (Robert Walker), quien le propone una curiosa solución a sus problemas: él matará a su esposa y Guy tendrá que hacer algo similar por el hombre que acaba de conocer.
Tras estrenar la curiosa y tramposa “Stage Fright” (1950), el director Alfred Hitchcock se topó con la novela “Strangers on a Train” de la escritora Patricia Highsmith, la cual tocaba algunos de los temas que tanto le fascinaban al realizador británico, como por ejemplo la dualidad del ser humano y la capacidad que tiene el hombre para dañar a quienes lo rodean. Hitchcock inmediatamente les ordenó a sus agentes que negociaran los derechos cinematográficos del escrito, con la precaución de que no mencionaran su nombre para no gastar más dinero del necesario. Finalmente se hizo de los derechos por solo 7.500 dólares, lo que irritó a la escritora una vez que supo quién era el hombre tras el trato. Con la esperanza de superar los fracasos que habían tenido sus producciones más recientes, Hitchcock contrató al guionista Whitfield Cook, con quien escribiría una adaptación de sesenta y cinco páginas. Sin embargo, si bien su trabajo con Cook había sido fructífero, al director le costaría encontrar a un escritor con la capacidad de emprender la complicada tarea de redactar el guión. Su primera opción sería Dashiell Hammett, conocido como uno de los creadores de la novela negra. Lamentablemente, los encuentros entre Hitchcock y el escritor terminaron siendo inexplicablemente saboteados por la negligencia de una secretaria.
Curiosamente, la realización del guión recaería en manos de otro de los padres de la novela negra, el formidable Raymond Chandler. Debido a que el contrato del escritor le autorizaba a trabajar en casa, Hitchcock tuvo que ir hasta allá para sus reuniones, las que gradualmente provocarían un sinfín de roces entre ambos creativos. Lo que más le irritaba a Chandler, era la insistencia del director de incluir sus indicaciones visuales en el guión. Tras una serie de fuertes discusiones y dos borradores de por medio, Hitchcock pidió que contrataran a otro escritor ante la inminente posibilidad de que la Warner Brothers cancelara la producción. Fue así como llegó Czenzi Ormonde, quien terminaría por borrar cualquier vestigio del trabajo realizado por Chandler. Una vez terminado el guión, comenzó el proceso de selección del elenco, el cual estaría conformado no solo por la actriz Ruth Roman, quien había sido impuesta nada menos que por Jack Warner (lo que molestó de sobremanera al realizador), sino que también por la hija de Hitchcock, Patricia. En cuanto a los roles protagónicos, para interpretar el papel del elegante psicópata, el británico contrató a Robert Walker, quien hasta ese entonces acostumbraba interpretar a personajes que representaban el prototipo del encantador chico americano, mientras que para el papel del joven tenista que aspira a convertirse en político, tras la imposibilidad de conseguir los servicios de William Holden, Hitchcock no tuvo más opción que contratar a Farley Granger, con quien ya había trabajado en “Rope” (1948).
En “Strangers on a Train”, Guy Haines es un famoso jugador de tenis profesional que mientras se encuentra viajando a bordo de un tren, es reconocido por un hombre llamado Bruno Antony, con quien entabla una amistosa conversación centrada principalmente en los aspectos de conocimiento público de su vida privada. Es en esta instancia que Guy le comenta a su “nuevo amigo” que desea divorciarse de Miriam (Kasey Rogers), su infiel y ambiciosa esposa, para contraer matrimonio con Anne Morton (Ruth Roman), la hija de un senador que pretende ayudarlo a comenzar una carrera en la política. Bruno por su parte, desea ver muerto a su padre quien no aprueba el desenfadado estilo de vida que ha estado llevando. Es entonces cuando Bruno decide contarle a Guy su idea del crimen perfecto; “¿Qué pasaría si dos hombres se ponen de acuerdo para intercambiar asesinatos, en los que la víctima no conozca personalmente a su victimario?” De esta forma comienza un peligroso juego del gato y el ratón, donde Bruno hará lo posible por lograr que Guy asesine a su padre, llegando incluso al punto de implicarlo en un crimen que no cometió, con el que amenaza destruir su vida por completo.
En algunas de sus cintas anteriores, particularmente en “Shadow of a Doubt” (1943), Hitchcock ya había explorado el concepto de la dualidad del ser humano, cosa que repite en este film. Durante el transcurso de la historia, el director incluye una serie de parejas cuyo único fin es reforzar esta idea de la dualidad de manera casi subliminal. Nos encontramos con dos respetables e influyentes padres, dos mujeres con gafas, y otras dos mujeres que en una fiesta se divierten enumerando ideas para ejecutar el crimen perfecto. También hay dos grupos de dos detectives en dos ciudades distintas, y dos viajes a la feria en la que ocurre el crimen que pondrá en problemas al personaje de Granger, entre un sinfín de otras cosas que se presentan en parejas. A su vez, Hitchcock se encarga de contrastar la naturaleza de las personalidades de la dupla protagónica. Mientras que Bruno es un hombre que vive en el "mundo de la oscuridad", sumergido bajo las sombras de la mansión gótica de su padre, Guy es alguien más cercano al "mundo de la luz", el cual está representado por sus partidos de tenis al aire libre, su atracción hacia los colores vivos y sus suntuosas cenas en Washington. Y es que básicamente las duplicidades que el realizador inserta en el film, sirven para asociar el orden y la vitalidad al “mundo de la luz”, y el caos, la locura y la muerte al “mundo de la oscuridad”, los que por supuesto no son mutuamente excluyentes.
Y es que es indudable que si bien Guy no está de acuerdo con la idea que le propone Bruno, y que este último decide llevar a cabo sin su consentimiento, en algún momento del film fantasea con la idea de asesinar a su esposa para así finalmente ser libre y llevar a cabo sus deseos y ambiciones. Básicamente, Guy y Bruno son las dos caras de una misma moneda, donde el primero representa el lado más tradicionalista de las personas, mientras que el segundo personifica los impulsos más básicos y anárquicos del ser humano. Otros de los temas importantes de la cinta y que ha sido ampliamente discutido, es el de la homosexualidad del personaje de Robert Walker. Debido a que en aquellos años el tema de la homosexualidad no era algo que se podía tratar abiertamente, Hitchcock utiliza una serie de simbolismos y sutilezas para establecer la orientación sexual de Bruno Antony. El mejor ejemplo de esto es la secuencia inicial en el tren, la cual sugiere una situación de conquista casual, donde Bruno se acerca de forma coqueta y seductora al lugar donde está Guy, con la intención de entablar una conversación con él, la cual terminará al interior de su compartimiento privado. Desde ese momento, Bruno siente una mezcla de admiración y atracción hacia Guy, que lo impulsará a intentar convertirse en su aliado, ayudándolo a resolver sus problemas de manera tal que este aprecie el esfuerzo que su nuevo “amigo” está haciendo por él, fortaleciendo el vínculo que supuestamente existe entre ambos.
Si bien tanto el tema de la dualidad como el de la homosexualidad de Bruno están presentes durante gran parte de la cinta, los momentos de mayor suspenso están dados por la representación de otro de los temas preferidos de Hitchcock: la persecución de un hombre injustamente acusado. Tras asesinar a Miriam, Bruno no hará más que empujar a Guy hacia un espiral de intrigas y falsas acusaciones, del que solo podrá salir con la ayuda de su novia y de la hermana de esta, Barbara (Patricia Hitchcock). La cinta juega con la posibilidad de que Guy termine aceptando la propuesta de Bruno, debido a que este último lo está chantajeando con implicarlo en el crimen, lo que no le deja demasiadas opciones al joven tenista. En el ámbito de las actuaciones, resulta destacable la labor tanto de Robert Walker, quien interpreta de manera magistral a este hombre por sobre todo siniestro y calculador, como la de Patricia Hitchcock, cuyo papel no solo termina siendo relevante dentro de la trama, sino que también se destaca por el hecho de que es quien dice varios de los diálogos más interesantes del film. Farley Granger por su parte, no realiza un trabajo del todo convincente, como tampoco lo realiza Ruth Roman, por lo que la labor de ambos es uno de los puntos más bajos de la producción. En cuanto al aspecto técnico de la cinta, esta cuenta con la estupenda banda sonora de Dimitri Tiomkin, y el magistral trabajo de fotografía de Robert Burks, quienes en conjunto construyen la atmósfera siniestra y opresiva que domina a la historia.
Pese a que “Strangers on a Train” es usualmente considerada entre los entendidos como uno de los mejores trabajos del realizador británico, suele caer dentro del grupo de sus obras menores principalmente por la escasa popularidad del elenco que participó en el film. No solo el director hace gala de su habilidad para crear imágenes impactantes, destacándose la lúgubre escena del asesinato y la inolvidable secuencia final, la cual involucra un carrusel girando a toda velocidad, sino que además se las arregla para mantener un ritmo narrativo vibrante, el cual se tornará casi frenético durante el último tramo del relato. La cinta no pretende ser un estudio psicológico de la mentalidad criminal ni de los límites de la ambición del hombre, pero de todas formas explora ciertos temas que en parte definían la compleja personalidad de Hitchcock, quien solía explorar sus demonios en cada uno de sus proyectos. Es quizás por esto que algunos de los segmentos de la historia poseen un cierto carácter onírico, lo que provoca que la experiencia resulte aún más espeluznante. Más allá de su aspecto técnico y temático, “Strangers on a Train” es una película entretenida, que ha envejecido de buena manera y que pone en evidencia la genialidad que siempre caracterizó a ese director llamado Alfred Hitchcock.
por Fantomas.