lunes, 19 de enero de 2015

Der Mönch mit der Peitsche aka College Girls Murders: El extravagante mundo del Krimi.

“Der Mönch mit der Peitsche” aka “College Girls Murders” (1967), es un thriller de misterio del director Alfred Vohrer, el cual está protagonizado por Joachim Fuchsberger, Siegfried Schürenberg y Uschi Glas.

Cuando las muchachas residentes en un internado para señoritas comienzan a ser asesinadas mediante la exposición a un gas tóxico inodoro, desde Scotland Yard envían al Inspector Higgins (Joachim Fuchsberger) a investigar qué se esconde tras los crímenes. De forma paralela, varios de los sospechosos de los asesinatos comienzan a ser eliminados por un misterioso y letal monje vestido de rojo, el cual látigo en mano, obligará a Higgins a resolver este complejo rompecabezas antes de que sea demasiado tarde.

 

“Der Mönch mit der Peitsche” es una de las primeras entradas a color de la serie de adaptaciones de la obra del escritor británico Edgar Wallace, las cuales fueron realizadas por la productora alemana Rialto Film entre 1959 y 1972. Caracterizadas entre otras cosas por desarrollarse en escenarios propiamente ingleses, ser poseedoras de tramas realmente extravagantes, y presentar motivaciones tradicionales (venganza, dinero, ambición, etcétera), estas producciones exploran territorios familiares para los aficionados a los relatos de misterio. Por otra parte, si bien desde prácticamente el inicio de la serie los realizadores a cargo de estas cintas se encargaron de otorgarles una atmósfera gótica marcada por la presencia de siniestros castillos, escenarios cubiertos por una espesa niebla, guiños al mundo de lo sobrenatural, y diversas mujeres hermosas envueltas en situaciones peligrosas, ya para fines de la década del sesenta, la serie de adaptaciones llevada a cabo por la Rialto comenzó a reflejar una evolución marcada por la fuerte influencia que estaban ejerciendo las aventuras cinematográficas de James Bond y el cine de horror italiano, lo que propició que estas producciones se aventuraran en territorios aún más extravagantes, plagados de villanos dispuestos a utilizar curiosos métodos para lograr sus objetivos, al mismo tiempo que se esconden en guaridas que difícilmente podrían ser replicadas en la realidad. Afortunadamente, ninguna de estas películas tomaba su material demasiado en serio, lo que facilitó que se convirtieran en pequeñas curiosidades dentro del cine policial de misterio, que precisamente es el caso de “Der Mönch mit der Peitsche”.

“Der Mönch mit der Peitsche” comienza con el asesinato de un científico corrupto, cuya invención más reciente es un gas venenoso que está pensado para ser utilizado como un arma biológica. Tras ese fatal acontecimiento, no pasa mucho tiempo antes de que los asesinatos se trasladen a un internado de señoritas. Una a una, las muchachas que residen en dicho lugar comienzan a caer como moscas, a manos de un asesino que utiliza el mentado gas venenoso para conseguir su desconocido y diabólico objetivo. Para complicar aún más las cosas, un misterioso personaje vestido de monje, quien utiliza un látigo para quebrarles el cuello a sus víctimas, comienza a rondar el internado y a sus residentes. Cuando los cuerpos comienzan a apilarse, Scotland Yard es llamado a investigar. Es así como toman el caso el carismático y práctico Inspector Higgins, y Sir John (Siegfried Schürenberg), el torpe pero entusiasta Inspector en Jefe de la policía británica. A medida que avanza la investigación, la dupla se encontrará con una larga lista de sospechosos, en su mayoría hombres de avanzada edad que parecen tener el hábito de compartir con las estudiantes en una serie de cuestionables actividades extracurriculares. De esta forma, el dúo dinámico deberá dilucidar una manera de detener los asesinatos y desenmascarar al responsable de los mismos. ¿Podrán los investigadores llegar al fondo de esta sórdida trama y arruinar los planes del asesino, o las chicas están condenadas a sufrir el mismo destino que sus compañeras caídas?

 

En esta oportunidad, demás está decir que ni el profesorado ni las estudiantes están entusiasmados con la idea de que la policía esté rondando el internado en busca de sospechosos, ya que todos parecen estar ocultando un secreto que puede acarrearles problemas con la ley. De todos los potenciales sospechosos, solo la joven Ann Portland (Uschi Glas) parece estar dispuesta a hablar con Higgins, quien eventualmente termina siguiendo una serie de pistas falsas que parecen llevarlo a un callejón sin salida. Mientras estas pistas falsas continúan apilándose inútilmente, la mente maestra detrás de los asesinatos utiliza a un presidiario para asesinar a más muchachas, al mismo tiempo que el monje escarlata elimina a los miembros del profesorado antes de que estos sean interrogados por la policía, o sucumban al temor de que se descubran sus oscuros secretos. A decir verdad, son tantos los sospechosos y tantos los giros de tuerca que posee el film, que ni el Inspector Higgins ni la audiencia son capaces de resolver el misterio que encierra “Der Mönch mit der Peitsche” hasta bien avanzado el film. Lamentablemente, la gran revelación de la identidad del asesino y sus motivos para cometer los crímenes no logran ser del todo convincentes, ya que no cuentan con la coherencia suficiente como para que el espectador comprenda en su totalidad el papel de todos los involucrados en los asesinatos.

Por otro lado, como sucede en prácticamente todas las entradas del subgénero conocido como krimi, la atmósfera y las locaciones son elementos de vital importancia, afirmación que puede comprobarse en “Der Mönch mit der Peitsche”. Primero y quizás lo más importante, es el internado en el que se centra el film, el cual está repleto de imágenes icónicas y aterradoras. Desde los oscuros pasillos que conectan los dormitorios, pasando por la peculiar ventana que permite ver el fondo de la piscina del recinto (y de paso a las chicas en bikini), hasta la neblina casi permanente que rodea los alrededores del edificio, el film constantemente está sorprendiendo al espectador con escenarios atrayentes y misteriosos. Esta costumbre también se traslada a la guarida secreta del villano de turno, la cual está adornada con un gigantesco acuario y con un peligroso pozo repleto de voraces cocodrilos, dispuestos a alimentarse de los intrusos. A su vez, el apartado visual se complementa con una serie de elementos que dejan en evidencia el nutrido imaginario del director Alfred Vohrer, quien estuvo a cargo de varias de las entradas más recordadas del subgénero. Desde la utilización de una biblia dispensadora de veneno, hasta una peculiar pistola que dispara el ya mencionado gas venenoso, la película está repleta de pequeñas explosiones de creatividad que con el tiempo se convirtieron en parte fundamental de las adaptaciones germanas de la obra de Wallace.

 

En cuanto a los protagonistas del film, tal y como sucede en otras entradas de la serie, si bien Sir John es el jefe director del Inspector Higgins, la verdadera naturaleza de su relación laboral parece situar a Higgins como el más apto para estar a cargo de la investigación. Fuchsberger interpreta a Higgins con una arrogancia tal que siempre parece tener todo bajo control, mientras que Schürenberg convierte a Sir John en un personaje torpe y atolondrado, el cual le otorga pequeños toques cómicos a una historia más bien escabrosa. En el caso de “Der Mönch mit der Peitsche”, resulta especialmente divertida la fascinación de Sir John con la psicología criminal, disciplina que ha descubierto recientemente y que en varias oportunidades a lo largo del film intenta poner en práctica sin grandes resultados. Esto provoca una divertida lucha de métodos entre Higgins y Sir John, donde el primero prefiere encarar el caso desde un punto de vista lógico, mientras que el segundo insiste en abordarlo desde la trinchera de la psicología. Demás está decir que la química entre ambos actores es sencillamente fenomenal, por lo que probablemente sea justo afirmar que las escenas en las que ambos interactúan son quizás las más memorables del film. Por otro lado, resulta necesario destacar el estupendo trabajo de fotografía de Karl Löb, la atractiva dirección de arte de Walter Kutz y Wilhelm Vorwerg, y la efectiva, vibrante y psicodélica banda sonora del compositor Martin Böttcher.

Si algo se puede decir acerca de “Der Mönch mit der Peitsche”, es que suceden muchas cosas a lo largo del film, lo que paradójicamente termina siendo tanto una virtud como un defecto. Si bien las numerosas vueltas de tuerca y la variada galería de sospechosos impiden que el misterio central de la historia se vuelva predecible, por momentos estos mismos elementos complejizan de manera innecesaria la trama, dando cabida a las inconsistencias narrativas antes mencionadas. Pese a este detalle, la cinta que para algunos es una suerte de remake de “Der unheimliche Mönch” (1965), el último krimi en blanco y negro que filmó la Rialto, el cual también contaba con un asesino disfrazado de monje que utiliza un látigo para quebrarle el cuello a sus víctimas, logra fusionar con éxito locaciones atmosféricas, giros de tuerca caprichosos, humor macabro, elementos propios del género del horror y personajes coloridos. Es por este motivo que “Der Mönch mit der Peitsche” se presenta como un buen ejemplo de las virtudes del interesante subgénero nacido en Alemania, y como una producción capaz de satisfacer al espectador que se encuentra en búsqueda de una obra que conjugue asesinatos, misterio, y por supuesto, una plétora de momentos maniacos.


por Fantomas.

lunes, 12 de enero de 2015

Nothing But The Night: La breve aventura de Christopher Lee como productor.

“Nothing But The Night” (1973), es un film de misterio y terror del director Peter Sasdy, el cual está protagonizado por Christopher Lee, Peter Cushing y Georgia Brown.

Tres administradores de la fundación Van Traylen, la cual se dedica a acoger niños huérfanos, han sido hallados muertos en el último tiempo. Aunque las muertes parecen suicidios, el Coronel Charles Bingham (Christopher Lee), quien está a cargo de la investigación, cree que han sido asesinados por motivos económicos. Con la ayuda del médico patólogo, Sir Mark Ashley (Peter Cushing), Bingham pronto descubrirá que su curiosidad puede costarle muy caro.

 

Desde el momento que compartieron escena en las recordadas “The Curse of Frankenstein” (1957) y “Horror of Dracula” (1958), los actores británicos Christopher Lee y Peter Cushing entablaron una amistad que se extendería durante décadas, y que finalizaría con la muerte de Cushing en 1994, a causa de un cáncer a la próstata. Ambos de rostros angulosos y siluetas alargadas, trabajarían juntos en numerosas ocasiones durante su carrera, en gran medida porque durante las décadas del sesenta y del setenta su sola presencia era sinónimo de éxito comercial, y porque como el mismo Christopher Lee se ha encargado de declarar en incontables oportunidades, disfrutaban trabajar juntos al punto que buscaban guiones que les permitieran interpretar personajes antagónicos. Una de las tantas películas en las que coincidirían sería “Nothing But The Night”, la cual estaba basada en la novela del mismo nombre del escritor John Blackburn, y que sería producida por la compañía Charlemagne Productions, la que había sido fundada por Christopher Lee y Anthony Nelson-Keys con la intención de realizar films de terror más maduros que los producidos por la Hammer. Originalmente, la adaptación de la novela de Blackburn era la primera parte de un plan mucho más ambicioso por parte de Lee, quien deseaba adaptar otras dos novelas del escritor tituladas “Portrait of Barbara” y “Bury Him Darkly”, para así formar una trilogía cuyo protagonista sería el Coronel Charles Bingham, personaje que en esta oportunidad está a cargo de la investigación de las muertes de un grupo de administradores de la poderosa fundación Van Traylen. Sin embargo, algunos desacuerdos con el escritor y los exiguos resultados de taquilla del film, eventualmente tiraron por la borda las intenciones de Lee.

“Nothing But The Night” comienza con los asesinatos de tres administradores de la fundación Van Traylen, cada uno de los cuales se caracterizaba por ser personas de avanzada edad sumamente influyentes y acaudaladas. De manera casi simultánea, un bus que transporta a treinta huérfanos que están bajo el cuidado de la fundación, sufre un grave accidente de tránsito. Si bien ninguno de los niños termina con lesiones graves, la pequeña Mary Valley (Gwyneth Strong) ha quedado hospitalizada a petición del doctor Haynes (Keith Barron), debido a que la niña ha experimentado una serie de vívidas pesadillas en las que se ve envuelta en llamas luego del accidente. En el intertanto, el Coronel Bingham, quien desde hace ya un tiempo no trabaja como policía, se acerca al hospital donde está internada Mary para convencer a su viejo amigo, el patólogo Mark Ashley, que lo ayude a investigar la muerte de los administradores, ya que sospecha que algo se esconde tras lo que la policía ha catalogado como suicidios. Para complicar aún más el asunto, una reportera llamada Joan Foster (Georgia Brown) descubre que la niña no es realmente huérfana; su madre, una supuesta vidente llamada Anna Harb (Diana Dors), la cual ha estado diez años en prisión por asesinar a tres personas, ha aparecido para reclamar a la pequeña. Desde sus respectivas trincheras, Bingham, Ashley, Haynes y Foster, intentarán descubrir que se esconde tras las misteriosas muertes, y cuál es el secreto que parece residir en el subconsciente de Mary, cuya revelación puede ser la clave que solucione este complejo rompecabezas.

 

El gran motor de “Nothing But The Night” es el misterio que se esconde tras los asesinatos y el extraño comportamiento de la pequeña Mary, razón por la cual durante gran parte del metraje este funciona más como un thriller policial que como una cinta de terror. Si bien en un inicio la trama se presenta de manera atractiva atrapando rápidamente el interés del espectador, lamentablemente a medida que avanza el relato, el director pierde el rumbo con la inclusión de diversas subtramas que lo único que hacen es que el núcleo de la historia pase a segundo plano, y que el ritmo narrativo del film decaiga de manera considerable. Entre otras cosas, se explora el frenético escape de la en apariencia desequilibrada Anna Harb, quien rápidamente se convierte en la principal sospechosa de los crímenes, hasta la isla escocesa de Bala, lugar en el cual se encuentra el orfanato de la fundación Van Traylen y donde se desarrolla el último tramo de la película; la breve pero intensa relación amorosa que surge entre el Doctor Haynes y Joan Foster cuando ambos se involucran en el proceso de recuperación de Mary, y comienzan a investigar las verdaderas razones de la sorpresiva aparición de Anna Harb; y la desaparición y posterior búsqueda de un pequeño que también reside en el ya mencionado orfanato. Estos saltos constantes entre una subtrama y otra, complejizan de sobremanera una historia repleta de giros de tuerca, y provocan que muchas situaciones luzcan forzadas y poco creíbles, debido al torpe desarrollo de las mismas.

El principal problema con “Nothing But The Night”, es que sufre de una indefinición temática y narrativa constante, que le impide convertirse en una obra del todo coherente. Para comenzar, el film presenta una total carencia de un verdadero protagonista. Si bien en un inicio todo parece indicar que los personajes de Lee y Cushing son los protagonistas, la cinta pasa gran parte de su primera mitad explorando la investigación médica y periodística del Doctor Haynes y Joan Foster, para luego centrarse nuevamente en el Coronel Bingham y Mark Ashley, aunque siempre de manera intermitente, cuando estos son testigos de un nuevo atentado contra otro grupo de miembros de la fundación Van Traylen, quienes se encontraban a bordo de una embarcación en las costas de la isla de Bala. Todo esto, que es una consecuencia directa de la rotación constante de subtramas, provoca que al espectador le resulte virtualmente imposible identificarse con alguno de los cuatro personajes principales, aún es posible empatizar con sus motivaciones y creencias. Por otra parte, el guión intenta combinar ciertos elementos sobrenaturales con otros más cercanos a la ciencia, lo que resulta contradictorio en distintos niveles. Mientras que la inclusión de guiños al ocultismo paradójicamente acercan a la cinta al tipo de horror que tanto Christopher Lee como Anthony Nelson-Keys intentaban dejar de lado, la inverosímil explicación científica que se le intenta dar a los crímenes parece que solo busca justificar la participación del patólogo interpretado por Cushing.

 

Como es de esperarse, uno de los puntos altos de la cinta son las actuaciones de Christopher Lee y Peter Cushing, cuyas escenas en conjunto reflejan en gran medida la relación de amistad existente entre ambos actores. Mientras que Lee interpreta a un hombre algo serio y autoritario, que solo demuestra su faceta más apacible cuando está en compañía de su viejo amigo, Cushing le da vida a un médico que se muestra dispuesto a investigar incluso aquello que va en contra de su formación científica, y que de vez en cuando tiene pequeños estallidos de ira provocados principalmente por desavenencias con el Doctor Haynes y Joan Foster. Georgia Brown por su parte, realiza una labor correcta mermada únicamente por algunas líneas de diálogo bastante mediocres, y por la torpe escena romántica que tiene con el personaje interpretado por Keith Barron. Por último, tanto Gwyneth Strong como Diana Dors no pueden evitar caer en la sobreactuación, lo que causa por ejemplo que algunas de las escenas que muestran a una fugitiva Anna Harb refugiándose en el bosque de la isla de Bala, caigan en la comedia involuntaria. En relación al aspecto técnico de la cinta, mientras que el trabajo de fotografía de Kenneth Talbot resulta ser bastante mediocre, en especial en aquellas escenas que supuestamente transcurren de noche, la banda sonora compuesta por Malcolm Williamson es altamente irregular, por lo que en contadas ocasiones complementa de manera efectiva lo que buscan transmitir las imágenes.

Si algo hay que reconocerle a Peter Sasdy con respecto a su trabajo en “Nothing But The Night”, es su notoria preocupación por construir una atmósfera malsana y opresiva, que en cierta medida compensa algunas de las debilidades de un guión incapaz de explotar el potencial presente en una historia que en el papel prometía mucho más. De la misma forma, resulta necesario destacar lo sorprendente de la vuelta de tuerca final, la cual es coronada con una escena sumamente perturbadora que rápidamente queda grabada a fuego en la memoria del espectador. Curiosamente, el hecho de que la secuencia final involucre una hoguera, y que la clave del misterio que se proponen resolver los protagonistas se encuentre en una alejada isla, entre otras cosas, acercan a esta producción al film “The Wicker Man” (1973), el cual también contó con la participación de Christopher Lee. Como se menciona anteriormente, el magro resultado de taquilla de “Nothing But The Night” significó que la compañía Charlemagne Productions cerrara prontamente sus puertas, lo que le otorga una importancia histórica especial a esta modesta producción. “Nothing But The Night” es claramente una cinta fallida, pero presenta varios elementos interesantes que merece la pena considerar, como por ejemplo la mencionada participación de Lee y Cushing, lo peculiar de la solución final, y el curioso comentario que realiza acerca de la obsesión de la sociedad con la efímera juventud.


por Fantomas.

jueves, 8 de enero de 2015

The Enforcer: Harry Callahan versus el feminismo... y un grupo de terroristas.

“The Enforcer” (1976), es un film de acción del director James Fargo, el cual está protagonizado por Clint Eastwood, Tyne Daly y Bradford Tillman.

En esta oportunidad, al Inspector Harry Callahan (Clint Eastwood) se le asigna la captura de un grupo terrorista autodenominado “Fuerza de Acción Revolucionaria del Pueblo”, el cual ha estado amenazando a la ciudad de San Francisco durante el último tiempo. Lamentablemente para Callahan, el Departamento de Policía también le ha asignado a un nuevo compañero con el que no está muy entusiasmado; una novata llamada Kate Moore (Tyne Daly), la cual se verá enfrentada a los terroristas y al complicado carácter del implacable Inspector.

 

Tras el éxito comercial de “Dirty Harry” (1971) y de su secuela “Magnum Force” (1973), los estudios Warner Brothers rápidamente intentaron seguir capitalizando la popularidad del peculiar Inspector interpretado por Clint Eastwood. El primer guión de lo que posteriormente se convertiría en “The Enforcer”, fue escrito en 1974 por dos estudiantes de cine llamados Gail Morgan Hickman y S. W. Schurr, quienes inspirados por las dos primeras entradas de la saga y por el secuestro de la nieta del magnate de las comunicaciones, William Randolph Hearst, ocurrido en 1974, le dieron vida a una historia titulada “Moving Target”. Al mismo tiempo, al interior de la Warner el escritor Stirling Silliphant estaba desarrollando un guión titulado “Dirty Harry and More”, en el cual el Inspector Callahan se veía enfrentado a la asignación de una nueva compañera de raíces asiáticas llamada More. Una vez que Eastwood tuvo acceso a ambos guiones, le pidió a Silliphant que integrara la idea de la compañera en la historia escrita por Hickman y Schurr, y posteriormente le pidió a Dean Riesner, quien había trabajado en los guiones de “Dirty Harry” y “Coogan´s Bluff” (1968), que le diera los toques finales al guión escrito por Silliphant. Por otro lado, para el papel de la compañera del protagonista fue contratada Tyne Daly, quien previamente había rechazado el rol en tres ocasiones por considerar que el personaje de Kate Moore era tratado de manera despectiva en ciertos pasajes del film. Sin embargo, una vez que se le permitió intervenir en la construcción de su personaje, la actriz finalmente aceptó participar en la cinta. Por último, cabe mencionar que si bien Eastwood pretendía dirigir “The Enforcer”, este tuvo que ser reemplazado por James Fargo luego que el actor tuviera que encargarse de la dirección de la película “The Outlaw Josey Wales” (1976), una vez que el director Philip Kaufman fue despedido por sus constantes discusiones con Eastwood.

En “The Enforcer”, tal como sucedió en Italia con las Brigadas Rojas y en la antigua Alemania Occidental con la llamada Banda Baader-Meinhof, un grupo de terroristas de extrema izquierda que se hace llamar “Fuerza de Acción Revolucionaria del Pueblo”, está causando estragos en la ciudad de San Francisco. Entre sus demandas al Ayuntamiento, se encuentra el pago de millones de dólares, o de lo contrario continuarán realizando atentados en contra de ciudadanos inocentes. En el intertanto, tras frustrar un robo y una situación de secuestro de una manera poco ortodoxa, el Inspector Harry Callahan una vez más es reprimido por sus superiores por la utilización excesiva de fuerza, razón por la cual es retirado temporalmente del Departamento de Homicidios como castigo. Ante la falta de opciones y el calibre de la nueva amenaza que se cierne sobre la ciudad, el Capitán McKay (Bradford Tillman) no tiene más opción que restituir a Callahan, aunque en compañía de Kate Moore, una Inspectora novata sin ninguna experiencia en este tipo de situaciones, cuya inclusión en el caso solo busca demostrarle a los medios de comunicación que el Departamento de Policía de San Francisco está realizando cambios a favor de la inclusión de agentes femeninos entre sus fuerzas. Con el tiempo en contra, Callahan y Moore tendrán que lidiar con la estupidez de sus superiores, con Ed Mustapha (Albert Popwell), el líder de un grupo extremista de militancia afroamericana que parece tener una conexión con los terroristas, y con sus propios prejuicios, en su camino por capturar a quienes se han convertido en los criminales más buscados de la ciudad.

 

Tanto “Dirty Harry” como “Magnum Force” indirectamente planteaban una interrogante de alcances cuasi filosóficos, la cual estaba estrechamente relacionada con el comportamiento del protagonista: ¿Estaban esas películas glorificando el comportamiento de un policía que estaba actuando como juez, jurado y ejecutor? Con la intención de alejarse de las críticas que se habían generado a partir de esa noción, en “The Enforcer” no solo los asesinatos que comete Callahan están en su mayoría justificados en nombre de la defensa personal, sino que además el núcleo de la historia gira en torno de la relación que se establece entre el protagonista y su nueva compañera. En gran medida, Harry Callahan puede ser considerado como un verdadero símbolo del conservadurismo. Y es que no solo pone en ridículo las reformas modernistas que la ciudad de San Francisco está intentando llevar a cabo, y que tienen relación con el empoderamiento de las mujeres dentro de las fuerzas del orden, sino que además durante gran parte del film exhibe un comportamiento misógino, el cual se acentúa cuando empieza a interactuar con Kate Moore, a quien ve como el mero producto de un capricho del Alcalde la ciudad. Para su sorpresa, Moore resulta ser una mujer con opinión propia, capaz de realizar observaciones inteligentes, deseosa de aprender de la experiencia de Callahan, y que prácticamente no realiza aquello que el protagonista considera que son las típicas “estupideces femeninas”.

A raíz de esto, a medida que transcurre la historia y que la relación entre ambos goza de un mayor desarrollo, se revela que la misoginia de Callahan en parte no es más que una máscara con la que oculta su frustración por haber perdido a varios compañeros, y que existe una evidente tensión sexual entre ambos aun cuando ninguno de los dos se atreva a reconocerlo. Todo esto desemboca en el hecho de que “The Enforcer” termina siendo un film algo más liviano que sus predecesores, aun cuando todas las entradas de la saga intentan establecer un equilibrio entre la violencia y el humor negro, donde gran parte de la comedía radica en la lacónica calma expresada por Callahan ante el rostro del caos. Más allá de la variante temática que presenta la cinta, “The Enforcer” sigue prácticamente la misma rutina que las anteriores entradas de la saga, lo que inevitablemente provoca que su desarrollo resulte algo predecible. Lo que quizás es aún peor, es que el hecho de enfrentar al personaje de Eastwood contra un grupo de terroristas, no ayuda a que el film se desmarque de forma significativa del resto de las incursiones cinematográficas de Harry Callahan. Tampoco ayuda demasiado que existan segmentos de la película en los que la trama concerniente a los terroristas sea prácticamente olvidada, ni que estos se conviertan en personajes caricaturescos a los cuales resulta complicado tomar en serio.

 

En el ámbito de las actuaciones, aun cuando Clint Eastwood fue nombrado como “el peor actor del año” por la publicación humorística “Harvard Lampoon”, la verdad es que el actor no solo realiza un buen trabajo humanizando a un personaje que por momentos no puede evitar caer en la unidimensionalidad, sino que además proyecta con éxito las convicciones y las lealtades de Callahan sin la necesidad de utilizar demasiadas palabras. Al mismo tiempo, Eastwood exhibe una química innegable con Tyne Daly, quien interpreta de buena manera a una mujer que desea ganar un espacio en un mundo dominado por los hombres, objetivo que eventualmente logra con bastante esfuerzo y una cuota de humor. Por otro lado, en lo referente al aspecto técnico de la película, es necesario destacar la efectiva y atmosférica banda sonora del compositor Jerry Fielding, la cual mezcla piezas que presentan elementos más propios del jazz y del funk, con otras más reflexivas y emotivas, como por ejemplo aquella que es utilizada cuando Callahan presencia la agónica muerte de su viejo amigo y compañero Frank DiGiorgio (John Mitchum). También cabe destacar el trabajo de cámara de James Fargo, el cual le imprime a la cinta un ritmo enérgico y dinámico, que propicia que el espectador no le dé demasiada importancia a las deficiencias de un guión bastante esquemático.

Al momento de su estreno, “The Enforcer” resultó ser todo un éxito de taquilla, aun pese a ser criticada por su exceso de violencia. La verdad es que más allá de las posibles falencias de la producción, sin lugar a dudas el principal problema que presenta “The Enforcer” es lo poco interesantes que resultan ser los antagonistas, cuya presencia incluso interrumpe el flujo narrativo logrado por el director. Ni siquiera en la secuencia final, la cual se desarrolla en Alcatraz y que dicho sea de paso es por lejos la más violenta de todo el film, los miembros del grupo terrorista se convierten en personajes medianamente interesantes, como si sucede con el maniático asesino serial Scorpio en “Dirty Harry”, o con el grupo de policías corruptos en “Magnum Force”. Pese a eso, “The Enforcer” tiene el mérito de ser la entrada de la saga que mejor maneja el equilibrio entre la acción y el humor, en especial una vez que Callahan se muestra algo más vulnerable y es posible presenciar su incómoda interacción con Kate Moore. Curiosamente, “The Enforcer” originalmente fue concebida como la última entrada de la que iba a ser una trilogía de films sobre Harry Callahan. Sin embargo, en el año 1983, los estudios Warner realizaron una encuesta que eventualmente dio pie a la producción de una cuarta entrada titulada “Sudden Impact” (1983), la cual contaría con Eastwood como director, y que sería parte del trato que el actor hizo con el estudio a cambio de volver a interpretar al duro Inspector de policía, el cual consistía en la cesión de una mayor libertad creativa en sus futuros proyectos como director al interior de la Warner.


por Fantomas.

viernes, 2 de enero de 2015

The Last Starfighter: Bienvenido guerrero estelar a la batalla contra la Armada Ko-Dan.

“The Last Starfighter” (1984), es un film de ciencia ficción del director Nick Castle, el cual está protagonizado por Lance Guest, Dan O´Herlihy y Catherine Mary Stewart.

Alex Rogan (Lance Guest) es un adolescente que escapa de su monótona rutina jugando a un videojuego llamado Starfighter. Su habilidad y tenacidad atraen a un amable extranjero llamado Centauri (Robert Preston), que en verdad resulta ser un extraterrestre. Sin previo aviso, Alex es transportado hasta un lugar lejano de la galaxia, para participar en un escuadrón intergaláctico cuya misión es detener a un ejército alienígena que pretende conquistar toda la galaxia.

 

El éxito del film “Star Wars” (1977) no solo tuvo un gran impacto en el cine de ciencia ficción de la década de los ochenta desde el punto de vista temático y estético, sino que también generó un creciente interés por parte del público y la industria hollywoodense por el género. Por este motivo, durante los años subsiguientes a su estreno, surgieron numerosos clones de la obra de George Lucas, cuyo principal objetivo era sacarle el máximo provecho a esta nueva fiebre por el cine de ciencia ficción. Es precisamente dentro de este grupo de producciones que se encuentra “The Last Starfighter”, cinta dirigida por Nick Castle y escrita por Jonathan R. Betuel. Sin embargo, el popular clásico de la ciencia ficción no sería la única fuente de inspiración del film de Castle. Para 1984, Norteamérica ya llevaba algunos años experimentado el auge de la llamada “Cultura del Videojuego”, la cual nació en 1978 tras el éxito del juego “Space Invaders”. La fascinación experimentada por jóvenes y adultos con las entonces novedosas máquinas de videojuegos, sería en gran medida la razón por la cual la industria hollywoodense eventualmente fijaría su mirada en este nuevo movimiento, y consideraría la posibilidad de utilizar computadoras cada vez más avanzadas para confeccionar nuevas aventuras cinematográficas. Fue así como junto a “TRON” (1982), “The Last Starfighter” se convirtió en una de las primeras películas en utilizar gráficos generados por computadora (CGI) como parte de sus efectos especiales, los cuales en el caso del film de Castle, buscaban recrear diversas naves espaciales y algunos de los increíbles escenarios en los que transcurre la historia.

En “The Last Starfighter”, Alex Rogan es un adolescente que sueña con hacer algo más con su vida que solo reparar cosas en el parque de remolques en el cual reside. Para empezar, desea ir a la universidad, pasar más tiempo con su novia Maggie (Catherine Mary Stewart), y escapar de la aburrida rutina de la vida pueblerina. Con el fin de abstraerse de su entorno y de sus problemas, Alex se dedica a jugar un videojuego llamado “Starfighter”, cuya experticia en el mismo le ha valido obtener el estatus de pequeña celebridad entre sus vecinos. Una noche, tras recibir una mala noticia, Alex supera el puntaje máximo del videojuego, ganándose no solo la adoración de sus vecinos y familiares, sino que también del desarrollador del juego, un extraño hombre llamado Centauri, quien de improviso aparece en el hogar del adolescente. Es así como Alex no tarda en enterarse de que ni Centauri ni el juego son de este planeta. De hecho, el juego fue diseñado como una prueba de habilidad cuya única finalidad es reclutar a los mejores pilotos estelares de la galaxia, para que se unan a los esfuerzos de la Liga Estelar por defender la Frontera del rebelde Xur (Norman Snow) y de la venerable Armada Ko-Dan. Aunque en un principio Alex se niega a convertirse en uno de los guerreros de la Liga Estelar, diversas circunstancias lo obligan a reconsiderar sus opciones y a embarcarse en una lucha desesperada a bordo de una nave de combate en compañía de un alienígena llamado Grig (Dan O´Herlihy).

 

Evidentemente, las similitudes entre “The Last Starfighter” y el popular universo creado por George Lucas son numerosas. Por ejemplo, Alex Rogan al igual que Luke Skywalker, pasa de ser un adolescente asentado en un punto lejano y prácticamente olvidado por el resto de la sociedad, a ser la única esperanza de la galaxia en su batalla contra una poderosa fuerza militar alienígena. Al mismo tiempo, ambos se ven influenciados por un personaje que hace las veces de figura paterna, la cual en este caso es encarnada por Centauri, a la hora de tomar una decisión que marcará el resto de sus vidas. Más allá de una falta de originalidad que afortunadamente no afecta el resultado final, el gran mérito del director Nick Castle en “The Last Starfighter” es su capacidad de hacer palpable la pasión puesta en el film y en sus personajes, lo cual permite que el espectador participe activamente alentando al protagonista y a sus amigos en su aventura interplanetaria. En gran medida, son los protagonistas los que convierten al film en algo memorable; no solo se trata de personajes cándidos y honestos que rápidamente despiertan la empatía del espectador, sino que además el hecho de que sean poseedores de problemas, esperanzas y sueños, evita que se conviertan en meros arquetipos y pasen a ser personajes con los cuales es sencillo identificarse, provocando que la audiencia realmente se interese en el posible resultado de la increíble aventura en la cual se han visto envueltos de manera accidental.

Como se menciona anteriormente, uno de los motivos por los cuales “The Last Starfighter” se distinguió en su momento, fue por el uso de innovadores efectos especiales generados por computadora (CGI), lo cual ya había sido realizado con anterioridad por el director Steven Lisberger en el film “TRON” con bastante éxito. A diferencia de “TRON”, donde se utilizó CGI para recrear el mundo electrónico de las computadoras, en “The Last Starfighter” Nick Castle quiso utilizar esta nueva herramienta para recrear el espacio y diversos vehículos espaciales entre los que se destaca la nave de combate Gunstar, utilizada por el protagonista en su batalla contra la Armada Ko-Dan. De esta forma, el director estaba convencido de que podría distanciarse de lo visto a nivel de efectos especiales en los films de George Lucas, otorgándole a su obra la oportunidad de brillar por méritos propios. Para lograr dicho objetivo, fue contratada la empresa Digital Productions, la cual en el último tiempo había estado tratando de crear efectos CGI lo más realistas posibles mediante la utilización de la supercomputadora Cray X-MP, cuyo valor era de aproximadamente 15 millones de dólares y cuyo peso era de 15.000 toneladas. Lamentablemente para los involucrados en la producción, la tecnología de aquel entonces funcionaba a una velocidad bastante lenta pese al increíble tamaño de la computadora, por lo que el tiempo establecido inicialmente para crear los modelos tridimensionales resultó ser insuficiente. Las presiones del estudio terminaron por obligar al director a simplificar los efectos visuales, lo que de todas formas no impidió que la supercomputadora en varias ocasiones amenazara con descomponerse a causa del exceso de trabajo al cual estaba siendo sometida.

 

En el campo de las actuaciones, el elenco en general realiza un estupendo trabajo. Lance Guest personifica de gran manera a un adolescente que busca su lugar en el mundo, lo cual se vuelve una tarea mucho más compleja cuando descubre que la beca a la cual había postulado para ingresar a la universidad fue rechazada. Igual de destacable resulta ser su interpretación de Beta, un androide capaz de imitar las características físicas de Alex, el cual es dejado en la Tierra para cubrir la ausencia momentánea del protagonista. Especialmente divertido resulta ser su proceso de adaptación al comportamiento terrícola, y sus desacuerdos con Maggie quien es incapaz de darse cuenta que el joven que ahora la acompaña no es realmente su novio. También es necesario destacar la actuación de Dan O´Herlihy, que interpreta al amigable compañero de combate de Alex, y a Robert Preston, cuya interpretación de Centauri se asemeja bastante a su papel del “Profesor” Harold Hill en la cinta “The Music Man” (1962). En cuanto al aspecto técnico de la producción, la banda sonora compuesta por Craig Safan aparece como uno de los puntos altos del film, ya que resulta ser energizante y edificante por partes iguales. Otro de los elementos destacables de la cinta es el diseño de producción de Ron Cobb, quien previamente había creado diversos diseños para las películas “Star Wars” y “Alien” (1979), entre otras. Teniendo en cuenta sus trabajos anteriores, no resulta extraño que la nave de combate Gunstar, que sin lugar a dudas se convierte en el símbolo más recordado del film, guarde un innegable parecido con el X-Wing de “Star Wars”.

Aun cuando los efectos especiales que presenta la película hoy en día pueden parecer algo primitivos, mantienen un encanto que encaja perfectamente con el tono de la historia, y lo que es más importante, continúan siendo memorables por aquello que representan. Resulta innegable que “The Last Starfighter” causó un impacto en la industria cinematográfica de la década del ochenta, el cual se extendió durante parte de los años noventa. Desde el estreno del film de Nick Castle, el constante avance tecnológico ha permitido la creación de efectos visuales que ostentan una perfección impensada, los cuales han servido para que diversos directores plasmen en la pantalla grande sus más alocadas fantasías de manera realista. Lo que es verdaderamente increíble con respecto a “The Last Starfighter”, es que no solo se trató de un vehículo de prueba para lo que posteriormente sería la utilización de efectos visuales generados por computadora en el cine, sino el hecho de que el principal objetivo del director siempre fue relatar una historia dominada por un cierto grado de ingenuidad y ternura, donde los efectos especiales están al servicio de la misma. Es gracias a eso que pese al paso de los años, la cinta ha sabido superar su falta de originalidad y lo anticuado de sus efectos especiales, para convertirse en una obra memorable dentro del género de la ciencia ficción, cuya principal virtud es reforzar la idea de que nada es imposible en la medida que nosotros seamos capaces de seguir nuestros sueños sin importar lo increíbles que parezcan.


por Fantomas.

lunes, 29 de diciembre de 2014

Dark City: ¿Son los recuerdos la llave para descifrar el alma?

“Dark City” (1998), es una cinta de ciencia ficción del director Alex Proyas, la cual está protagonizada por Rufus Sewell, Jennifer Connelly y William Hurt.

John Murdoch (Rufus Sewell) despierta en una extraña habitación de hotel solo para descubrir que ha perdido su memoria y que es buscado por una serie de brutales asesinatos. Mientras intenta poner en orden las piezas de su pasado, comienza a ser perseguido por unos seres conocidos como “Los Extraños”, los cuales poseen la habilidad de alterar con su mente la conformación de la ciudad y a sus habitantes. Con el tiempo en contra, Murdoch tendrá que encontrar la forma de detener a sus perseguidores antes de que estos lleven a cabo su siniestro plan.

 

Luego de dudar de la existencia de todo lo conocido por el hombre, René Descartes eventualmente popularizó la frase “pienso, luego existo”, cuando intentaba sentar las bases de un principio de total certeza sobre el cual fundar su filosofía. Según su razonamiento, desde el momento que se reconoce que un determinado pensamiento emerge desde un punto que él llamaba “yo”, es indiscutible que ese “yo” existe. Sin embargo, aun cuando uno acepte la propuesta filosófica de Descartes, queda una pregunta por responder: ¿Quién soy yo? Dicha pregunta, la cual forma parte esencial de la identidad individual, durante mucho tiempo ha sido utilizada como una pieza fundamental dentro de los géneros del horror y la ciencia ficción. Por ejemplo, mientras que algunos films han postulado que la identidad reside en el cerebro y que continuará existiendo incluso luego de ser transferida a otro cuerpo, aunque las consecuencias resulten ser nefastas, como sucede por ejemplo en “Frankenstein Must Be Destroyed” (1969), otras cintas como “Dracula” (1931), exponen que el verdadero terror que experimentan las víctimas del vampiro no reside en la posibilidad de que este los asesine, sino que en el hecho de que los transforme en una versión distorsionada de ellos mismos. Por otro lado, producciones más recientes como por ejemplo “Total Recall” (1990), incluso postulan que no se puede estar seguro de la propia identidad cuando los recuerdos que constituyen dicha identidad pueden haber sido insertados de manera artificial. Buscando explorar el tema de la búsqueda de la identidad y como esta se correlaciona con la realidad que nos rodea, Alex Proyas en compañía de Lem Dobbs y David S. Goyer, escribieron un guión fuertemente influenciado por el género del film noir, el expresionismo alemán, la serie de televisión “The Twilight Zone” (1959-1964), y la obra de Kafka, entre otras cosas, el cual eventualmente titularían “Dark City”.

En gran medida, el film relata la historia de John Murdoch y de su gradual descubrimiento de la naturaleza de la ciudad en la que reside, y de una sociedad subterránea conocida como los “Extraños”. Como muchos héroes de la ciencia ficción, sus recuerdos están fragmentados en pedazos que parecen no tener sentido. Entre las pocas cosas que recuerda, se encuentra su esposa Emma (Jennifer Connelly), quien trabaja como cantante en un club nocturno, y un lugar llamado Shell Beach, en el cual aparentemente pasó parte de su infancia. Confundido y atemorizado, John de pronto se ve perseguido por la policía, específicamente por el Inspector Frank Bumstead (William Hurt), quien lo culpa del asesinato de varias prostitutas; por los Extraños, quienes lo ven como una amenaza para sus misteriosos planes, y por un extraño psiquiatra llamado Daniel Schreber (Kiefer Sutherland), cuyos motivos no están del todo claros. De manera inteligente, Alex Proyas utiliza la lógica del sueño para perseguir al protagonista mientras este intenta descubrir el misterio de su propia vida. En el transcurso de su particular investigación, Murdoch descubre que es el único humano que comparte la habilidad de los Extraños, la cual le permite utilizar su mente para alterar el universo físico que lo rodea. Irónicamente, entre más cosas descubre, son más las interrogantes que tendrá que responder. De manera ineludible, el principal problema que tendrá el protagonista para ejecutar dicha tarea será la imposibilidad de averiguar si sus recuerdos son reales, si su pasado realmente sucedió, o si la mujer que ama alguna vez existió.

 

Con respecto a todo lo antes mencionado, se desprende que el autoanálisis es un proceso al cual eventualmente se somete casi la totalidad de los personajes de la cinta. John Murdoch es un sólido ejemplo de un personaje cuyo principal objetivo termina siendo descubrir cuál es su verdadera identidad, lo que por momentos resulta ser una tarea prácticamente imposible. De la misma forma, los Extraños, quienes se explica que poseen una mente colectiva, parecen estar buscando por todos los medios obtener aquello que convierte a los humanos en seres únicos e irrepetibles, ya que del éxito de dicha misión depende su propia sobrevivencia. Es así como se postulan preguntas tales como: ¿qué es verdaderamente el alma? y ¿Los recuerdos influyen en la conformación de la misma? Por otro lado, resulta interesante la forma en como John Murdoch se convierte en la encarnación de un sentimiento de rebeldía contra el sistema, gatillado en gran medida por su resistencia al control que los Extraños han estado ejercido sobre los habitantes de la ciudad. Y es que durante el transcurso del film, el protagonista es perseguido tanto por la policía como por los Extraños, los cuales terminan convirtiéndose en símbolos de autoridad. De esta forma, John se rebela tanto contra la policía que busca encarcelarlo por crímenes que no cometió, como contra los Extraños, quienes desean someterlo a vivir una vida que no le pertenece.

Más allá del aspecto temático, es destacable la forma en como Alex Proyas estructura la historia. Desde el momento en el que el protagonista despierta desnudo en una tina a pocos metros de una prostituta muerta, se embarca en un viaje de descubrimiento que presenta nuevas pistas en cada esquina. Pequeñas cosas como una postal de “Shell Beach”, o un álbum de fotografías totalmente en blanco, se convierten en piezas claves para John a la hora de armar el rompecabezas de su existencia. Es en este contexto que se desarrolla una creciente sensación de paranoia a medida que el espectador se entera de los alcances de la relación existente entre la humanidad y una misteriosa sociedad subterránea de hombres de piel pálida. Lo que es aún más importante, es que Alex Proyas utiliza los efectos visuales no para cubrir posibles falencias narrativas, sino que para otorgarle una mayor profundidad a las revelaciones que van surgiendo a lo largo del film. Y es que bajo la superficie estilística sugerida por el director, existen una multitud de temas que invitan al espectador a pensar en los matices de lo que está sucediendo. Por ejemplo, al mismo tiempo que los villanos son humanizados más allá de lo esperado, las nuevas habilidades de John lo acercan peligrosamente a sus peculiares perseguidores. A raíz de esto, la línea que separa al protagonista y a sus enemigos se vuelve difusa, al punto que cuesta distinguir si sus motivos son realmente nobles o solo están alimentados por su propio egoísmo.

 

En el ámbito de las actuaciones, Rufus Sewell realiza una labor estupenda interpretando a John Murdoch, un hombre al cual le cuesta lidiar con los alcances de sus descubrimientos y con las consecuencias de sus nuevas habilidades. De igual manera resulta destacable la actuación de Jennifer Connelly como la acongojada esposa del protagonista, y la de William Hurt como el policía que eventualmente se abre a la posibilidad de que él y el resto de los habitantes de la ciudad han estado viviendo una mentira. Sin embargo, quien realmente se destaca por sobre el resto es Richard O´Brien, cuya interpretación del siniestro Señor Mano, quien es uno de los Extraños, resulta ser realmente memorable. Lo contrario sucede con Kiefer Sutherland, cuya interpretación del cobarde y traicionero Doctor Schreber por momentos resulta algo forzada y caricaturesca. En cuanto al aspecto técnico de la cinta, existe una complementación perfecta entre el trabajo de fotografía de Dariusz Wolski, el diseño de producción de George Liddle y Patrick Tatopoulos, la dirección de arte de Richard Hobbs y Michelle McGahey, y la banda sonora compuesta por Trevor Jones. Aunque resulta evidente la influencia estética del expresionismo alemán y el film noir, la intención de Tatopoulos a la hora de diseñar la ciudad era básicamente situar al espectador en un lugar extraño que tuviese algunos elementos identificables. Según el mismo diseñador: “La película tiene lugar en todos lados, y ocurre en ninguna parte. Es una ciudad construida con pedazos de otras ciudades. Un rincón de un lugar, y otro de algún otro sitio. De esta forma no sabes realmente donde estás. Una pieza se verá como una calle de Londres, pero una porción de la arquitectura se asemeja a la de Nueva York, y la base arquitectónica se asemeja a la de una ciudad europea. Tú estás ahí, pero no sabes dónde estás, que es exactamente lo que le ocurre al protagonista”.

En “Dark City”, el director Alex Proyas inunda la pantalla con referencias literarias y cinematográficas de autores tales como F. W. Murnau, Fritz Lang, Franz Kafka y George Orwell, entre otros, creando de esta forma un mundo único y extraordinario, pero sorprendentemente convincente. Es por esto que no resulta extraño que la cinta de Proyas replique lo hecho por Fritz Lang en “Metropolis” (1927), y se cuestione que es lo que nos convierte en humanos y por qué eso no puede ser cambiado por decreto. Y es que ambas producciones hablan de mundos falsos fabricados por sociedades ideales, y en ambas el sistema creado por quienes gobiernan es destruido por el corazón de los sometidos. Aun cuando “Dark City” no pretende resolver interrogantes de carácter filosófico y existencial, de todas maneras explora una serie de ideas complejas de una manera casi catártica, permitiendo que el espectador se cuestione acerca del mundo que lo rodea. A nivel técnico, el film es un verdadero logro de Alex Proyas y su equipo, ya que el director no solo crea un mundo visualmente envolvente y atractivo, sino que además se las ingenia para utilizar la estética al servicio de la historia. A raíz de esto, la película termina convirtiéndose en una verdadera experiencia cinematográfica, la cual curiosamente pasó casi desapercibida al momento de su estreno, y que tan solo con el correr de los años ha logrado obtener gradualmente el reconocimiento que merece.


por Fantomas.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Westworld: Bienvenido a las mejores vacaciones de tu vida.

“Westworld” (1973), es un film de ciencia ficción del director Michael Crichton, el cual está protagonizado por Yul Brynner, Richard Benjamin y James Brolin.

En un futuro cercano, un parque de diversiones llamado Delos ofrece a sus clientes la posibilidad de vivir sus fantasías gracias a la utilización de sofisticados robots de apariencia humanoide. Con la esperanza de protagonizar una aventura del lejano oeste, Peter Martin (Richard Benjamin) y John Blane (James Brolin) se alistan para lo que prometen ser las mejores vacaciones de su vida. Sin embargo, luego de una grave falla mecánica en el lugar, ellos se verán obligados a enfrentarse a un letal robot pistolero (Yul Brynner) que buscará asesinarlos cueste lo que cueste.

 

A principios de la década del setenta, cuando el escritor Michael Crichton vio como Hollywood comenzaba a demostrar un marcado interés por su obra, este decidió que quería probar suerte como director. A sabiendas que los estudios solo lo tomarían en serio si presentaba un proyecto ligado a la ciencia ficción, durante el mes de Agosto de 1972, Crichton desarrolló un guión que buscaba explorar los peligros de la creciente dependencia de la sociedad en la tecnología. Una vez terminado, rápidamente se lo presentó a todos los grandes estudios con la esperanza que alguno quisiera llevarlo a la pantalla grande. Tras una serie de rechazos, eventualmente el proyecto sería aceptado por los estudios MGM, quienes designaron a Dan Melnick como jefe de producción. Esto no dejaría del todo contento al escritor, ya que estaba al tanto de las exigencias comerciales del estudio. Según el mismo Crichton: “MGM tenía una mala reputación entre los cineastas; en los últimos años, directores tan diversos como Robert Altman, Blake Edwards, Stanley Kubrick, Fred Zinnerman y Sam Peckinpah, se habían quejado amargamente por el trato que recibieron. Existían demasiadas historias de presiones poco razonables, cambios de guión arbitrarios, post-producciones inadecuadas, y recortes repentinos de cintas terminadas. Nadie que tuviera alguna alternativa realizaba una película en la Metro, pero en aquel entonces nosotros no teníamos alternativa. Dan Melnick nos aseguró que no estaríamos sujetos al trato usual de la MGM. En gran medida, él respetó esa promesa”. Pese a la intervención de Melnick, Crichton tuvo que lidiar con repentinos cambios en el guión, con el hecho de que no tuvo ni el más mínimo control sobre la elección del elenco, y con el escaso presupuesto con el que contó el film, el cual en su gran mayoría se gastó en los sueldos de los profesionales involucrados.

La historia de “Westworld” está ambientada en un parque temático creado por la corporación Delos. Por mil dólares al día, Delos ofrece la experiencia de vivir diversas y salvajes fantasías en una de sus tres arenas: Mundo Romano, Mundo Medieval y Mundo del Oeste. Los visitantes pueden comer, beber, tener sexo y asesinar en cualquiera de estos tres periodos históricos, sin la preocupación de resultar heridos en el proceso. Y es que cada uno de estos mundos está habitado por androides que han sido programados para satisfacer todas las necesidades de los turistas, objetivo que también es controlado por un grupo de técnicos quienes supervisan todo lo que ocurre en el recinto desde una tecnológica sala de control central. Con la idea de pasar las mejores vacaciones de sus vidas, dos amigos llamados Peter Martin y John Blane, llegan al Mundo del Oeste con la intención de actuar como dos forajidos de la época. Si bien al principio todo parece perfecto, y la dupla de amigos tienen la posibilidad de participar en duelos a muerte, trifulcas de bar, e incluso en una explosiva fuga de prisión, todo se complicará cuando un robot pistolero parece rehusarse a dejarlos tranquilos. Lo que es aún peor, es que por una serie de averías mecánicas, en cada uno de los mundos los androides comienzan a rebelarse de manera violenta, dejando a Peter, John y al resto de los turistas, abandonados a su propia suerte.

 

Aun cuando el guión de Crichton no desarrolla este tema, es posible inferir que lo que Delos realmente comercializa es violencia, muerte y adulterio. Dentro de este contexto, los androides se convierten en metáforas de opresión, por lo que su revuelta termina siendo una respuesta lógica a la explotación a la que están siendo sometidos. Al mismo tiempo, Delos también está vendiendo un sueño hollywoodense en el que el machismo y la misoginia parecen sentar las bases de la realidad en la que se desenvuelven los protagonistas. Y es que no solo las mujeres son reducidas a meros objetos sexuales, sino que además aun cuando existen algunos personajes secundarios femeninos, el film opta por ignorar por completo sus experiencias al interior del particular parque temático. Por otro lado, resulta interesante la forma en como “Westworld” satiriza los mitos propios del lejano oeste desde el prisma de la ciencia ficción. Esto en gran medida es logrado por Crichton mediante el entrelazado del proceso de adaptación de la dupla protagónica a la experiencia del lejano oeste, y el trabajo de los ingenieros y los científicos en sus laboratorios y en las salas de control, dejando en evidencia la artificialidad de todo el asunto. A través de dicha dinámica, el director de manera pausada va construyendo el escenario en el cual debido a una serie de fallas mecánicas, las cuales son ignoradas por las fuerzas capitalistas que manejan el parque temático, todo se sale de control. Aun cuando estas fallas jamás logran ser justificadas de forma satisfactoria, Crichton introduce el concepto de un virus de computadora, el cual cobra especial importancia porque resulta ser casi profético, ya que recién a mediados de la década del ochenta se empezó a hablar de este tipo de inconvenientes tecnológicos.

Estilísticamente hablando, Crichton crea una lograda atmósfera del lejano oeste gracias al uso correcto de diversos clichés de la época retratados con anterioridad en numerosas producciones hollywoodenses. Por ejemplo, los tiroteos son igualmente violentos que los exhibidos en las películas de Sam Peckinpah, y las peleas en el bar son lo suficientemente caóticas como para enorgullecer a John Ford. Aun cuando existe un evidente grado de respeto y admiración por las características propias del Western, de todas formas el director no pierde la oportunidad de satirizar el machismo reinante en el lejano oeste, a través de la inclusión del personaje interpretado por Richard Benjamin. En un principio, los gestos neuróticos y el acento neoyorquino de Peter Martin lo sitúan como un hombre obligado a desenvolverse en un mundo extraño el cual no comprende del todo. Una vez que Martin supera su incomodidad inicial, y es capaz de disfrutar su participación en duelos a muerte, sus encuentros sexuales con prostitutas androides, y el whisky de dudosa procedencia, comienza a disfrutar sus particulares vacaciones a sabiendas de los peligros que supone dar rienda suelta a sus más oscuros deseos. Afortunadamente, su transición entre un hombre acongojado por la reciente separación de su esposa y un pistolero implacable e inescrupuloso, resulta tan creíble como su posterior transición en un hombre dominado por el pánico y la confusión, el cual tendrá que encontrar la forma de lidiar contra una amenaza que parece ser indestructible.

 

En general, la selección del elenco resulta destacable. Y es que no solo la interpretación de Richard Benjamin termina siendo satisfactoria, sino que además la elección de Yul Brynner resultó ser más que acertada. El actor ya había logrado establecerse como un ícono del Western gracias a su participación en el film “The Magnificent Seven” (1960), por lo que para el espectador no resulta difícil aceptarlo como la encarnación del pistolero clásico. Lo que es aún mejor, es que su rostro inexpresivo y su fría mirada ayudan a convertirlo en un robot convincente y aterrador. De forma inteligente, Crichton filma diversas escenas utilizando el punto de vista del androide, lo que de inmediato le otorga al personaje un interesante grado de autonomía y subjetividad. A su vez, la secuencia final de persecución está casi exenta de diálogo, lo que definitivamente aumenta la tensión de la peculiar batalla entre el hombre y la máquina. Será en este escenario que Martin tendrá que hacer uso de su ingenio si es que desea salir con vida de Delos, ya que no tardará en verse en desventaja ante la eficiencia y la fuerza del implacable y vengativo pistolero mecánico. Por otro lado, en cuanto al aspecto técnico del film, sin lugar a dudas resulta destacable la dirección de arte de Herman Blumenthal, el diseño de decorados de John P. Austin, y el trabajo de fotografía de Gene Polito, quienes en conjunto logran que el espectador participe activamente junto a los protagonistas en la tarea de sumergirse en el violento mundo del lejano oeste.

El horror en un film no siempre está definido por lo mucho que los miembros de la audiencia se aterran con el contenido de la película, sino que por el terror intrínseco que posee el concepto de una determinada historia. Pese a que la primera mitad de “Westworld” posee una serie de elementos propios de una comedia del lejano oeste, eventualmente el núcleo dramático sale a la luz revelando los miedos contenidos en el guión de Crichton, el cual es posiblemente el mejor y más eficiente ejemplo de sus temáticas tecnofóbicas. Entre otras cosas, el director propone las siguientes interrogantes: ¿Hasta qué punto el hombre está colaborando en el diseño de su propia destrucción? ¿La inteligencia artificial puede convertir a la humanidad en algo obsoleto? ¿En algún momento la humanidad va a crear algo tan perfecto que va a sobrepasar la capacidad del hombre para controlarlo? ¿Y seremos capaces de reconocer cuando sobrepasemos ese límite? Obviamente, “Westworld” no sería el primer film que examinaría dichas interrogantes, ni tampoco sería el último, pero el hecho de que estás persistan en la actualidad sugiere que la sociedad aún conserva cierta reservas acerca de los avances tecnológicos que tan a menudo celebra. Al final del día, la capacidad demostrada por Crichton a la hora de reconocer y aceptar la iconografía, las convenciones, y las expectativas propias de los géneros que se mezclan durante el transcurso de la cinta, convierten a “Westworld” en una experiencia tan divertida como aterradora. Algunos años más tarde, se filmaría una secuela titulada “Futureworld” (1976), la cual pese a contar con Brynner retomando su rol, no alcanzaría los niveles de calidad de su predecesora.


por Fantomas.

miércoles, 22 de octubre de 2014

An American Werewolf in London: Cuidate de la luna.

“An American Werewolf in London” (1981), es un film de terror del director John Landis, el cual está protagonizado por David Naughton, Jenny Agutter y Griffin Dunne.

David Kessler (David Naughton) y Jack Goodman (Griffin Dunne) son dos jóvenes estadounidenses que, con sus mochilas a la espalda, pretenden pasar tres meses recorriendo Europa. Sin embargo, mientras se encuentran de paso en un pequeño pueblo inglés, son atacados por una incontrolable bestia salvaje. Lo que es aún peor, es que aparentemente las personas que mata esa criatura se convierten en muertos vivientes que deben vagar por la Tierra eternamente, mientras aquellos que escapan con vida, se ven enfrentados a un destino que solo los puede llevar a su propia perdición.

 

A mediados de la década del sesenta, John Landis se encontraba en Europa trabajando como doble de riesgo en diversos Spaghetti Western. Fue entonces cuando empezó a jugar con la idea de realizar una cinta de horror centrada en el mito de la licantropía. Con esto en mente, mientras se encontraba trabajando en la entonces Yugoslavia como asistente de producción en el film “Kelly´s Heroes” (1970), Landis comenzó a delinear el concepto que más tarde se convertiría en “An American Werewolf in London”. Según el mismo Landis, en aquella época mientras se encontraba viajando por Yugoslavia, se topó con un grupo de gitanos los cuales aparentemente estaban realizando una suerte de ritual para que un hombre al cual estaban enterrando no se “levantara de su tumba”. Con la premisa de un hombre que se ve obligado a confrontar una maldición que involucra un contacto cercano con los no muertos, Landis escribió un borrador que sería archivado por más de una década, ya que no contaba con el suficiente respaldo financiero para llevar a cabo el proyecto. Tras el debut de Landis como director en la cinta “Schlock” (1973), el realizador se convirtió en una figura de culto, lo que le permitió rodar las exitosas comedias “The Kentucky Fried Movie” (1977), “National Lampoon´s Animal House” (1978) y “The Blues Brothers” (1980). Gracias a esto, a principios de la década del ochenta Landis logró asegurar diez millones de dólares para su tan ansiado proyecto, aun pese a que los inversionistas pensaban que el guión del director era demasiado aterrorizante para ser una comedia, y demasiado gracioso para ser un film de horror.

En “An American Werewolf in London”, David y Jack son dos estudiantes norteamericanos que se encuentran viajando por Europa. Al comienzo de su excursión por las comunidades rurales del norte de Gran Bretaña, la dupla llega a un pequeño pueblo de East Proctor donde se encuentran con un pub local que presenta un peculiar pentagrama pintado en una de sus paredes. Tras enfrascarse en una extraña discusión con algunos lugareños, los jóvenes deciden irse del establecimiento al mismo tiempo que se escucha un escalofriante aullido a la distancia. Mientras caminan por los páramos, son atacados por una bestia que parece ser un lobo de gran tamaño, la cual asesina a Jack y hiere gravemente a David. Tres semanas más tarde, David despierta en un hospital de Londres absolutamente confundido y atemorizado. Para colmo, comienza a tener una serie de vívidas y violentas pesadillas, en las que se ve corriendo desnudo a través de un bosque, solo para terminar devorado un venado crudo. Con el correr de los días, David entabla un romance con una enfermera llamada Alex Price (Jenny Agutter), quien decide recibir al joven en su apartamento una vez que este es dado de alta del hospital. Como si todo no fuese lo suficientemente complicado, de manera imprevista David es visitado por el decadente cadáver de Jack, quien le advierte a su amigo que durante la próxima luna llena va a convertirse en un lobo. Lo que es aún peor, es que Jack le asegura a David que él debe suicidarse para así salvar la vida de futuras víctimas inocentes y terminar con la maldición del hombre lobo, lo que le permitirá a Jack descansar en paz.

 

En gran medida, “An American Werewolf in London” se asemeja bastante a “The Evil Dead” (1981), del director Sam Raimi. Ambas producciones resultan ser extrañamente reflexivas, y poseen un número considerable de guiños dirigidos a los fanáticos del cine de terror. Sin embargo, mientras que el film de Raimi apuntaba a un nicho bastante específico, Landis optó por crear una cinta que buscaba poseer un atractivo comercial que traspasara las barreras del género del horror. Al mismo tiempo, “An American Werewolf in London” se caracteriza por exhibir una total convicción de que los licántropos son verdaderos íconos cinematográficos, la cual se plasma en los maravillosos e impresionantes efectos especiales creados por Rick Baker, los cuales son una de las principales razones por las que el film rápidamente se convirtió en un clásico del género. Lo que resulta aún más interesante, es que una vez que la historia se traslada a Londres, esta se convierte en un peculiar pero incompleto estudio de la culpa, el amor, y el costo psicológico y emocional de las transformaciones corporales. Para David es imposible no sentir remordimiento por el fallecimiento de su amigo Jack, menos aun cuando este regresa constantemente para recordarle su falta de compañerismo. Dicho sea de paso, la progresiva involución de Jack en un cuerpo putrefacto es uno de los mejores gags del film. Con respecto a esto último, según el estudioso Robin Wood en su libro “Hollywood from Vietnam to Reagan… and Beyond”, el tema central de “An American Werewolf in London” es la imposibilidad de la relación entre David y Jack. Y es que además de la putrefacción continua del cuerpo de Jack y de su calidad de no muerto, tras su salida del hospital, el protagonista decide cambiar a su amigo por Alex, quien no solo se convierte en su interés amoroso, sino que además se alza como una figura prácticamente maternal para el cada vez más confundido David.

Cuando el protagonista se transforma por primera vez en un lobo, en la que dicho sea de paso es la escena más memorable del film, la trama refleja una evidente preocupación tanto por el estado psicológico de David, como por las víctimas que cobrará una vez completa su metamorfosis. Es así como la cinta se sumerge en los horrores provocados por el incontrolable accionar instintivo de David, dando paso a escenas tan efectivas como la desarrollada en una desierta estación de metro londinense, donde Landis utiliza la cámara subjetiva para crear una palpable sensación de amenaza, la cual es complementada con una toma en primer plano de la reacción de un aterrorizado hombre de negocios. Eventualmente, el film alcanza un curioso momento reflexivo al interior de un cine para adultos. David se ve obligado a encarar a todas sus víctimas, muchas de las cuales le ofrecen diversas sugerencias de cómo debe terminar con su vida, y por ende con la maldición de la cual todos son prisioneros, al mismo tiempo que una cinta pornográfica es proyectada en la pantalla del establecimiento. Minutos más tarde, ya en el trágico y abrupto clímax del film, existen pequeños guiños que indican que posiblemente David en su estado animal, aún conserva parte de su consciencia. Sin embargo, eso lamentablemente no impide que sus instintos primarios y salvajes lo guíen hasta su inevitable perdición.

 

Aun cuando “An American Werewolf in London” posee un puñado de momentos memorables, adolece de una serie de problemas que minan su efecto en la audiencia. Por ejemplo, la irregular labor interpretativa de David Naughton impide que el espectador demuestre demasiado interés en el dilema moral y psicológico en el que se encuentra. Tampoco resulta sencillo interesarse en la relación amorosa que el protagonista establece con Alex, ya que la participación de esta última eventualmente termina diluyéndose al punto que su presencia no aporta demasiado al desarrollo de la trama. Al mismo tiempo, la cinta presenta claras contradicciones en relación a la visión original del realizador. En una entrevista otorgada a la revista Fangoria en el año 1981, Landis aseguraba que su intención era tomar una fantasía sobrenatural genuina, en este caso la licantropía, y convertirla en algo real, que pudiese suceder en la sociedad contemporánea. Lamentablemente para el director, la caricaturización de personajes como la pareja de policías a cargo de investigar la agresión sufrida por David y sus posteriores asesinatos, o del Doctor Hirsch (John Woodvine), responsable de seguir la progresión médica del joven; lo artificiales que resultan ser algunos escenarios, y el final abrupto, anticlimático y arbitrario del film, impiden que el espectador logre ver la historia como algo más que una violenta y surreal fantasía contemporánea.

Dentro de los puntos altos de la cinta se encuentran el ya mencionado trabajo de Rick Baker, que le valió un premio Oscar; la climática banda sonora compuesta por Elmer Bernstein, la cual es complementada con algunas canciones pop como “Blue Moon” de Sam Cooke, “Moondance” de Van Morrison, y “Bad Moon Rising” de Creedence Clearwater Revival, las cuales funcionan como irónicos puntos de contraste tonal en relación a las imágenes presentes en el film. También resulta necesario destacar el atmosférico trabajo de fotografía de Robert Paynter, y la labor actoral de Griffin Dunne, quien indiscutiblemente interpreta al mejor personaje de la película. Si bien “An American Werewolf in London” es sin lugar a dudas un clásico del género, por momentos parece ser una producción inacabada, como si el director John Landis hubiese gastado toda su energía en diseñar diversos golpes de efecto, para luego dejar de lado cosas tan importantes como las transiciones dramáticas, el desarrollo de personajes, o un final más apropiado. Todo lo previamente expuesto provoca que “An American Werewolf in London” sea una bestia extraña e imperfecta, la cual termina conquistando al espectador pese a sus falencias básicamente porque Landis logra imprimir con éxito su infeccioso amor y entusiasmo por el género del horror en el film, y en específico por el atractivo mito de la licantropía.


por Fantomas.
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