miércoles, 25 de abril de 2012

Crossfire: Cuando el odio se transforma en violencia.

“Crossfire” (1947), es un thriller del director Edward Dmytryk, el cual está protagonizado por Robert Ryan, Robert Young y Robert Mitchum

Samuels (Sam Levene), un ex-soldado judío que tuvo que abandonar el ejército luego de ser herido durante la Segunda Guerra Mundial, es encontrado muerto su departamento. Las sospechas recaen en Mitchell (George Cooper), un soldado que está sufriendo los efectos de la guerra, y cuya billetera fue encontrada en la escena del crimen.
 

A mediados de los años cuarenta, el escritor Richard Brooks, quien en ese entonces aún formaba parte de la Marina estadounidense (eventualmente él se convertiría en guionista y escritor hollywoodense), escribió la novela “The Brick Foxhole”. Dicha novela llamaría la atención del productor Adrian Scott, quien le ofrecería la adaptación de la misma a los ejecutivos de la RKO. Según el director Edward Dmytryk, la novela era: “una historia acerca de las frustraciones de un grupo de soldados tras la guerra. El libro tenía una serie de subtramas, una de las cuales trataba el asesinato de un homosexual a manos de un sádico. Fue entonces cuando Adrian se inspiró: ¿qué pasaría si el asesinato y sus consecuencias fueran el esqueleto de la historia, y si la víctima fuese un judío homosexual? Eso nos dio la oportunidad de realizar un estudio parcial de la intolerancia, particularmente aquella relacionada al anti-semitismo, lo cual hasta entonces no se había hecho en Hollywood”. Dado lo incendiario del relato, este no fue bien recibido por el productor ejecutivo Dore Schary, quien curiosamente era conocido por apoyar las películas “con mensaje”. Su temor no solo estaba relacionado con la posible intervención del Comité de Actividades Antiestadounidenses (quienes eventualmente llamaron a Scott y a Dmytryk por la cinta, y los colocaron en la infame lista negra de Hollywood), sino al hecho de que pensaba que la historia no tenía suficiente potencial comercial como para ser filmada. 

Pese a sus temores, los cuales estaban en parte infundados por una encuesta que realizó y que dio como resultado que solo un 8% de los encuestados mostró interés por el relato, Schary terminó aprobando el proyecto. Con la intención de equilibrar el alto costo del elenco protagónico, el rodaje tuvo que ser terminado en tan solo veinte días. Afortunadamente, Dmytryk y compañía lograron superar todas las dificultades que se les presentaron, dando vida a una historia memorable dentro del género del cine negro. Como bien se menciona en la sinopsis, la historia gira en torno al asesinato de un judío en su propio departamento, supuestamente a manos de un soldado llamado Mitchell, quien últimamente ha estado lidiando con un síndrome de estrés postraumático y con lo mucho que extraña a su esposa Mary (Jacqueline White). Sin embargo, más allá de su delicado estado mental, no existen motivos para que Mitchell haya asesinado a un hombre que acababa de conocer. Esto lleva al detective Finlay (Robert Young) a sospechar de Montgomery (Robert Ryan), uno de los soldados que acompañaban al sospechoso la noche del crimen, el cual parece demasiado ansioso por culpar a su compañero. Eventualmente se integra a la trama el sargento Keeley (Robert Mitchum), quien es amigo de Mitchell, y por lo tanto se niega a creer que él ha sido culpable de tan horrendo crimen.

 
Tanto Finlay como Keeley intentaran reconstruir la secuencia de hechos que terminaron en la muerte de Samuels, pero desde veredas contrarias. Mientras que el detective está concentrando sus fuerzas en la búsqueda de Mitchell, Keeley intenta ganar tiempo para poder encontrar las respuestas que necesita para exculpar a su amigo, a quién mantiene oculto en un cine. Sin embargo, será a través de una serie de flashbacks que descubriremos lo que en realidad pasó durante la noche del crimen. No solo repasaremos los momentos en los que Mitchell y compañía conocen a Samuels, sino que además descubriremos que fue lo que hizo el soldado una vez que dejó el departamento de la víctima en un evidente estado de ebriedad. Es en este lapso de tiempo que Mitchell conoce a Ginny (Gloria Grahame), la anfitriona de un local nocturno con quien establece una fugaz relación basada en la autocompasión y en la lástima que sienten el uno por el otro. Si bien ella pasará a formar parte de la coartada de este, ocurre algo curioso con el extraño hombre que parece convivir con ella. El accionar de este hombre viene a representar en gran medida la “desorientación social” de la que son víctimas este grupo de soldados que han regresado de la guerra a un mundo que ahora les resulta extraño, y que termina desencadenando que estos comiencen a sufrir crisis emocionales que bien pueden terminar en estallidos de violencia. 

Este hombre, interpretado por Paul Kelly, no solo se identifica como el marido de Ginny ante Mitchell, lo que eventualmente termina negando, sino que además le cuenta varias versiones de como conoció a la mujer. Lo mismo sucede cuando Finlay llega a interrogar a Ginny, dejando al detective con una sensación de incertidumbre al no saber cómo enfrentarse a este hombre cuya identidad está algo borrosa. Y es que en gran medida el film pretende criticar la tendencia del ser humano a odiar aquello que no comprende, que cree que es injusto, o que sencillamente piensa que atenta contra sus principios o creencias. Si bien en la novela el crimen está gatillado por la homosexualidad de la víctima, en la cinta el asesinato ocurre únicamente por una sensación de injusticia. ¿Por qué los judíos deben ser recompensados económica y socialmente, y los soldados que se sacrificaron por su país no reciben ningún beneficio?, se pregunta Montgomery en un momento de la película. Es finalmente esa sensación de frustración lo que lo lleva a sumergirse en un espiral de violencia, que por instantes pareciera que solo puede ser detenido con más violencia. Es eso precisamente lo que intentará evitar el Finlay, mediante una ingeniosa estratagema que buscará ponerle fin al tenso juego del gato y el ratón que ha entablado con Montgomery, y que termina siendo el fulcro una historia cargada de tensión y suspenso.

Si bien el tema de la homosexualidad es reemplazado con el del antisemitismo, de todas formas es abarcado en el film, pero de forma bastante sutil. Existe una cierta ambigüedad sexual entre la gran mayoría de los personajes masculinos, razón por la cual las relaciones que estos establecen entre si no son del todo “normales”. Siempre existe un rasgo de dominancia, especialmente en la relación que establece Montgomery con Floyd (Steve Brodie), otro de los soldados involucrados en el confuso incidente. En el ámbito de las actuaciones, la totalidad del elenco realiza un estupendo trabajo, al punto que tanto Robert Ryan como Gloria Grahame recibieron nominaciones al Oscar por su trabajo en esta cinta. Por su parte, Robert Young interpreta de buena manera a un detective que no se guía por su primera impresión, sino que ocupa su ingenio para resolver un crimen que eventualmente se descubre que presenta ciertos paralelos con un acontecimiento importante de su historia familiar. Por último cabe destacar la labor Robert Mitchum, cuyo rol no solo viene a ser una suerte de figura paterna para Mitchell, sino que además sus discusiones con Finlay sirven para humanizar al detective y exponerlo como el principal detractor (por ende, el encargado de entregarle la moraleja al espectador) del odio sin sentido que sienten algunos hombres por aquellos que son diferentes a ellos. 

En el aspecto técnico, la cinta cuenta con el espectacular trabajo de J. Roy Hunt, quien a través de un estilo de fotografía realista dota al film de una atmósfera pesimista, que a ratos adquiere toques oníricos, en especial durante las secuencias que exhiben el accionar del soldado Mitchell durante la noche del crimen. Según Dmytryk, fue gracias a la vasta experiencia de Hunt que el rodaje pudo ser completado en el poco tiempo que disponían para ello. Por otro lado, tenemos la banda sonora compuesta por Roy Webb, la cual si bien es correcta, no tiene un rol relevante en la construcción de la atmósfera de la película. Más allá del mensaje que intenta entregar “Crossfire”, es destacable el hecho de que la cinta presenta un ritmo narrativo adecuado y un puñado de personajes interesantes, aún cuando estos por momentos se tornan unidimensionales. Además, es valorable la valentía del realizador y sus colaboradores, quienes en una época compleja se atrevieron a utilizar a miembros del ejército para retratar ciertos males de la sociedad, a sabiendas de lo que esto podía significar para sus carreras. Es por todo esto que “Crossfire” continúa siendo recordada como una de las mejores cintas del film noir norteamericano, y como uno de los buenos discursos cinematográficos en contra de la intolerancia.

 

por Fantomas.

No hay comentarios.:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...